A lo largo del año, la respuesta de las universidades peruanas ante temas como la corrupción de funcionarios, la desigualdad de género y la violencia contra la mujer ha sido en gran medida positiva. Docentes, estudiantes y autoridades han hecho un frente común y con frecuencia se organizan congresos anticorrupción, cursos de ética o talleres de prevención y sensibilización contra la violencia que buscan no solo estudiar y reflexionar sobre estas realidades sino reflexionar sobre mejores formas para poder contrarrestarlas. Este interés va más allá incluso de la agenda académica y social, pues son estos mismos estudiantes y docentes los que salen a marchar a las calles cuando creen que es necesario que su opinión forme parte del debate político. La universidad no solo está en el claustro sino en la plaza pública.
No obstante, un tema que las universidades parecen haber relegado desde hace algún tiempo es el de la discriminación racial. Es cierto que la corrupción y la desigualdad de género son problemas importantes, pero todavía vivimos en una sociedad en la que se valora a las personas por el color de la piel, los rasgos étnicos y la forma de hablar. No es extraño, por tanto, que el discurso racista también tienda a trasladarse y naturalizarse en el ambiente universitario, propiciando un trato injusto, egoísta y perverso hacia el prójimo. Y a diferencia del activismo que se revela ante otros frentes, la comunidad universitaria no parece haber tomado una acción parecida.
Una de las causas que pueden haber desorientado a las universidades en esta tarea puede haber sido la idea de que la campaña contra el racismo se encontraba implícita en los discursos tan promocionados de la inclusión y la interculturalidad. Al parecer, se ha creído que al realizar proyectos de integración social o de intercambio intercultural ya se estaba contribuyendo con crear un ambiente universitario, digamos, no racista, pero esto no ha resultado así. Al final, el concepto de “inclusión” se ha limitado más al campo financiero, mientras que el de “interculturalidad” al de la diversidad de tradiciones y prácticas, no al de una sociedad con los mismos derechos (aunque muchas veces se pretenda hacer una ecuación entre interculturalidad e igualdad social). En este contexto, las políticas para afrontar el racismo terminan tomando un papel secundario, y, al final, siempre aplazadas. Sin embargo, es precisamente este escenario el que la universidad debe evitar. El discurso racista es complejo y elusivo, y muchas veces pareciera que ha desaparecido de nuestra vista, pero tarde o temprano termina por manifestarse.
No es fácil, por supuesto, diseñar una estrategia para una tradición que ha estado y que está fuertemente enraizada en nuestra cultura. La discriminación por la apariencia física se manifiesta en el habla, en los gestos, en los actos oficiales, la publicidad, los medios masivos y en los círculos académicos. Es significativo, por ejemplo, cómo es que todavía las ciencias sociales y las ciencias humanas no han problematizado el efecto que tiene el uso de la palabra “indio” cada vez que se cuenta la historia del Perú y se hace referencia a la población peruana no-occidental. Por supuesto que actualmente ya no se utiliza para describir a ningún grupo social, pero no nos hacemos problema cuando se trata de describir la composición social de nuestro pasado, lo que termina por reactivar su significación racista. Así, todavía hoy encontramos muchos textos de historia (no solo universitarios sino escolares) que hablan de españoles, criollos e indios, como si todo lo avanzado en los últimos años en relación a la ciudadanía no hubiera servido para volver a pensar cuáles son los términos con que debemos designar a los propios peruanos. Bajo nuestra explicación histórica del país, seguimos reforzando la pirámide de los privilegiados y los oprimidos. Es hora de que, como cada nueva generación, hagamos un esfuerzo por reescribir el pasado.
En los primeros versos del poema “Universidad”, publicado en los años cuarenta del siglo XX, el poeta norteamericano Karl Shapiro señala el modo en que el mundo académico lleva consigo discursos como los aquí señalados: “To hurt the Negro and avoid the Jew/ Is the curriculum”. Ahora que ha surgido un nuevo interés por pensar el modo en que se crea y se diseña el perfil académico y ético de la universidad, es necesario tomar en cuenta las lecciones aprendidas.
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