A Albert Einstein se le atribuye una frase lapidaria: “hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro”. No se cuán veraz sea la autoría de la cita, pero como historiador y profesor de Historia por más de treinta años puedo confirmar la veracidad de su mensaje. Los seres humanos podemos ser muy estúpidos, sino cómo explicar las dos guerras mundiales, el Nazismo, la Shoah o la Nakba. Sé que algunos de mis colegas alegarán, y con razón, que estos eventos tuvieron causas complejas como el nacionalismo, el revanchismo o el antisemitismo. Sin embargo, creo que, en última instancia, todas esas causas son producto de la estupidez humana.
Actualmente vivimos dos pandemias: la COVID 19 y la estupidez de aquellos que se resisten a seguir las recomendaciones médicas para combatir los efectos de este virus mortal. Antes de que salten algunos a criticarme por acusar a los pobres de ser estúpidos, debo aclarar que estoy consciente de que hay quienes violan la cuarentena por necesidad, pero es indiscutible que hay otros que lo hacen por pura necedad.
Los cientos de estadounidenses, en su mayoría blancos, que han estado protestando contra el aislamiento social son una prueba de la estupidez humana. Amparados en el individualismo histórico de la nación estadounidense, aunque justificado de formas triviales, estos “rebeldes” se han expuesto y han expuesto a no sabemos cuántas personas al contagio. Reclamando querer cortarse el pelo o la apertura de las playas y los parques, y algunos armados hasta los dientes, estas personas alegan que es un derecho decidir cómo enfrentar la COVID-19. Lo que olvidan es que su alegado derecho de jugar a la ruleta rusa termina ante el derecho de quienes quieren proteger su vida y la de los suyos.
Para sorpresa de muy pocos, el señor presidente de los Estados Unidos promovió estas protestas a través de su medio favorito: Twitter. Su estrategia es clara, crearles problemas a los gobernadores estatales. Trump busca presionarles de forma indirecta para que pongan fin al confinamiento social y abrir así la economía. A Trump solo le preocupan dos cosas: su dinero y la reelección. Tal es así que está dispuesto a sacrificar a sus seguidores en la ilusión de una recuperación económica que detenga las pérdidas de su empresa hotelera y devuelva a Estados Unidos por el camino de bonanza que se vivía antes de que llegara el hundimiento económico.
No sabemos cuántos de esos protestantes morirán dándole la razón a Einstein: la estupidez puede no tener límites.
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