El establishment del Partido Demócrata insiste en apostar por la fórmula con que fracasó en las elecciones de 2016: nominar como candidato a la presidencia a un miembro del centro político, es decir, a un moderado. Se nos dice, no sin cierta razón, que la prioridad debe ser sacar de la Casa Blanca al narcisista fascistoide que hoy reside allí. Según ellos, esa persona debe ser el ex Vicepresidente Joe Biden. Esperan, en su enorme arrogancia y desconexión con la realidad, que votantes independientes y de la izquierda del partido cumplan con su “obligación de darles sus votos” para combatir el mal mayor: Trump. Ello a pesar de que sistemáticamente ese establishment ignora y/o maltrata a esos sectores. Pareciera que el Partido Demócrata no aprendió nada y estuviera, por ende, abocado a chocar con la misma pared con la que se estrelló en 2016.
¿Podría Biden unir a la nación estadounidense y librarnos de Trump? Mi respuesta es no por varias razones. Biden no es y creo que nunca ha sido un moderado, y su record legislativo lo delata. Biden fue Senador por el estado de Delaware entre 1973 y 2009. Durante sus más de 30 años el Congreso, formó parte y/o presidió comités claves y, jugó además, un papel importante en la aprobación de leyes de gran impacto en la historia de Estados Unidos. La lista es realmente impresionante. Su oposición a las estrategias de integración racial de los años 1970, que con tanta lucidez criticó la Senadora Kamala Harris en los debates. Su insistencia en los años 1980 a favor leyes de mano dura que transformaron el sistema judicial y llevaron a la cárcel a miles de negros y latinos, dando vida a la llamada mass incarceration. En los años 1990, el ex vicepresidente votó a favor de la derogación de la ley Glass-Steagall, lo que abonaría el camino a la crisis económica de 2008. Su apoyo al peor error en la historia de las relaciones exteriores de EE.UU: la invasión de Iraq. En más de una ocasión Biden se ha ufanado de que la Ley Patriota aprobada por la administración de George W. Bush en 2001, en desmedro de los derechos civiles, estuvo basada en una ley escrita por él en 1994 en reacción a los atentados terroristas de Oklahoma City.
A todo ello había que añadir su amistad y defensa del Senador Stron Thurman, uno de los peores supremacistas blancos en la historia del Congreso, su oposición al aborto y a los derechos reproductivos de las estadounidenses, su vergonzoso papel en el interrogatorio de Anita Hill en 1991, sus vínculos con la industria de los combustibles fósiles, sus ataques en contra de programas como el seguro social o seguro médico para mayores de edad, su tendencia a mentir y a exagerar y su papel como vicepresidente en los errores de la política exterior de Obama (el uso de drones, Yemen, Siria, etc.).
A Biden también le va en contra su falta de carisma, su incapacidad de movilizar, de inspirar. Me recuerda a Hillary Clinton, y ya sabemos cómo terminó su candidatura. Esto es un problema mortal, pues enfrentaría a un muy efectivo vendedor de sebo de culebra. El populismo histriónico terminaría imponiéndose ante un candidato en encarna perfectamente los errores cometidos en los últimos cuarenta años por el Partido Demócrata.
Debo terminar con una tema delicado y muy peligroso: la salud mental de Joe Biden. Parece ser un secreto a voces que quienes dirigen su campaña procuran alejar a Biden de los micrófonos. Este nunca ha sido un gran orador, pero el problema es otro. A lo largo de esta campaña, el ex vicepresidente ha cometido errores inexplicables y se ha mostrado confundido y desorientado. En otras palabras, la salud mental de quien podría tener control sobre el arsenal nuclear estadounidense no está del todo clara. Muchos temen, y me incluyo, que Trump –el bully o acosador por excelencia– haga uso su capacidad de identificar los flancos débiles de sus contrarios y exponga a Biden a un ataque inmisericorde. ¿Será Biden capaz de defenderse?
En conclusión, nominar a un moderado y, especialmente a Biden, no parece la estrategia correcta. Como ya dije en otra ocasión, pareciera que la reelección de Trump es algo inevitable, especialmente, gracias a la ayuda de los Demócratas. ¿O nos salvará el coronavirus?
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