“El valor compartido consiste, fundamentalmente, en alinear el éxito de nuestra
empresa con el éxito de nuestra comunidad, al reconocer que tenemos la
responsabilidad –además de la oportunidad económica– de mejorar el entorno
empresarial y la salud fundamental de la estructura comunitaria que lo sustenta”.
Michael Porter
Entrevista sobre la creación de valor compartido, a cargo de Karen Christensen (Harvard Deusto)
Nuestro país atraviesa un complejo contexto económico, político y social. La pandemia aún golpea con fuerza a la población y vivimos bajo la amenaza de una tercera ola, debido a las nuevas variantes como la Delta, que ya se encuentra en nuestro territorio. Por otro lado, la crisis económica sigue afectando a las empresas y, en general, a toda la actividad económica del país, que muestra algunos de sus lados mas dramáticos en las zonas rurales y alejadas de las grandes ciudades.
Tampoco podemos ser ajenos a la coyuntura política: una forma de leer los resultados es reconocer un descontento de una gran parte del Perú. A pesar del crecimiento macroeconómico de los últimos años, antes de la pandemia, esto no les ha permitido salir de la pobreza ni les ha traído beneficios tangibles a sus vidas. Se necesitan algunas reformas y el Estado tendrá que hacer frente a este desafío, mediante el desarrollo de políticas y la ejecución de acciones. Sin embargo, consideramos que, ante la magnitud del reto, el esfuerzo del Estado no será suficiente y las empresas privadas también tendrán que asumir un rol protagónico.
Es en esas circunstancias que vuelve a tomar relevancia el concepto de valor social compartido (VSC), introducido por Michael Porter y Mark Kramer hace una década. Este concepto demanda una participación más activa de las empresas, para que, dentro de su estrategia de negocio, incluyan la generación de valor para las comunidades donde operan. Así, puede lograrse un beneficio social, además del beneficio económico de los accionistas.
El VSC es diferente a la responsabilidad social (RS), porque no se trata de una colaboración filantrópica, sino de una estrategia de negocio que busca generar un valor para la empresa, pero que implica también el desarrollo de un beneficio para la comunidad. En ese sentido, existe un involucramiento del presupuesto por parte de la empresa, así como la expectativa de un beneficio que será compartido.
Como bien explica Ricardo Fernández García en el análisis que realiza del VSC, este puede ser desarrollado por las empresas de tres formas: creando una propuesta de valor diferente que permita conquistar necesidades insatisfechas, reconfigurando la cadena de valor para lograr ventajas competitivas o generando el desarrollo de clusters, es decir, empresas que realizan actividades relacionadas en una zona geográfica que beneficien toda la producción y comercialización de servicios.
Aún existen algunas críticas al VSC y se necesitan más casos de éxito que nos permitan valorar un impacto positivo real y aplicable a nuestra realidad. Sin embargo, consideramos que puede ser una opción viable y que generaría una esperanza para un sistema económico como el capitalista, que ha demostrado que necesita ser repensado para ofrecer una solución a millones de compatriotas aislados de sus beneficios.
Los problemas globales, como la pandemia, el cambio climático y otros que surjan, demandarán soluciones donde los Estados tendrán que realizar esfuerzos colaborativos, como bien señala Yuval Noah Harari, pero también exigirán una participación más activa de las empresas y la sociedad civil. De allí que las estrategias de negocio como el VSC empiezan a tomar nuevamente importancia en el mundo.
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