Haciendo uso de la propuesta de la filósofa española Adela Cortina (2017), a las manifestaciones que algunos llaman xenófobas en contra de los migrantes venezolanos es más preciso llamarlas aporófobas, pues la aporofobia no hace el énfasis en el lugar de procedencia sino en la situación de vulnerabilidad. Es decir, es una fobia a las personas pobres o desfavorecidas (RAE), a los venezolanos que intentan ingresar desesperados al país portando solo su cédula de identidad y muy pocas pertenencias, más no a los venezolanos con una situación económica estable.
No podemos olvidar que los peruanos hemos estado en una situación similar a la de los migrantes venezolanos. Durante el periodo 1990-2017, el 10 % de la población total del Perú viajó a otros países. Más de tres millones de peruanos emigraron al extranjero y no han retornado. La xenofobia la han sufrido nuestros compatriotas y no es una historia de hace décadas. Recientemente, en enero de 2017, en Chile se convocó una marcha en contra de la xenofobia hacia a los peruanos en ese país.
En esos años, como tantos previos, la discriminación frente a personas que procedían de otros países, las acusaciones de ser criminales y de quitar trabajo a otros recaían sobre los migrantes peruanos. Hoy los migrantes venezolanos son víctimas de un trato similar al que recibieron algunos de nuestros compatriotas. Llama la atención que hayamos pasado, como nación, de víctimas a victimarios.
En el psicoanálisis de la vida individual existe un mecanismo llamado identificación con el agresor. Este concepto, descrito por Ana Freud en su célebre texto “El yo y los mecanismos de defensa”, describe la experiencia de los sujetos, que luego de haber sufrido maltratos, se comportan con otros de un modo similar al que utilizaron sus agresores con ellos. Van copiando, sin darse cuenta, las conductas de sus agresores. La identificación con el agresor no es consciente para el sujeto que la vivencia, pero el análisis de su conducta puede mostrar que ha pasado de víctima a victimario con conductas análogas a las de su agresor.
El discurso aporófobo de estos días a veces no dista mucho de esta lógica. Podemos leer o escuchar frases como: “¿Por qué debemos recibir tantos venezolanos? Otros países cierran sus puertas” o “¿Por qué debemos reconocer sus títulos?, ¿Acaso ellos reconocerían los nuestros?”. Este tipo de argumentos presentan una comparación con lo que otros hacen como un modo de justificación –si otro lo hace es válido que lo hagamos nosotros -. Parece ser que en muchas ocasiones el sujeto que ve ejemplos de aporofobia, lejos de tomarlos como una muestra de lo nocivo de dichas conductas, los toma como modelos a seguir y repetir. Así estas actitudes negativas se vuelven parte de un círculo donde la violencia sobre unos puede incentivar y servir de justificación para la repetición de la violencia sobre otros.
Mientras para algunos la evidencia de la aporofobia sufrida por nuestros compatriotas es suficiente argumento para considerar esa conducta inadmisible, para otros esos mismos hechos son usados como justificación. Es muy difícil ser consciente de los fundamentos de nuestras actitudes, pero independientemente de ello uno siempre puede escoger, si va a ser parte del círculo de la aporofobia, donde uno es victimario un día y victima el otro, o si, por lo contrario, quiere salir del círculo y contribuir a quebrarlo. Después de todo… no sabemos cuándo nos tocará a nosotros ser los migrantes.
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