José acababa de enviar un correo con los resultados del proyecto que había estado trabajando desde hace 3 meses. Mirando el reloj, refrescando la bandeja de entrada, viendo una foto con sus compañeros de oficina de hace 2 años, José comienza a pensar que su jefe está redactando un correo lleno de críticas y observaciones por su trabajo. José se había esforzado mucho en convencer a sus superiores de confiar en su proyecto y, a pesar del gran contento de estos por su esfuerzo en el proceso, José se vio embargado por la ansiedad y las dudas.
El no poder ver a nuestros compañeros en nuestro centro de labor y la asolación de nuestros espacios independientes que hemos llamado oficinas en nuestras casas, han ocasionado que creemos un ambiente de estrés que va más allá de la de nuestro propio trabajo, sino también por el no poder interactuar y poder leer la reacción de otras personas frente a nuestras palabras o tareas.
Como trabajadores, nos toca ahora dejar a nuestra interpretación la comunicación con nuestros jefes o con nuestros compañeros a través de palabras que leemos en un correo sin poder interpretar sus rostros o sus gestos. Esta paranoia nos lleva a crear ideas negativas cuando no recibimos una respuesta, convirtiéndonos en vigilantes al acecho de la desaprobación o un rechazo del que no tenemos evidencia alguna.
Y, sin embargo, esta es una situación que se ha tornado común en los tiempos de pandemia, en donde se dificulta poder interpretar el lenguaje corporal desde la distancia, y donde el tiempo que pasamos en casa solos nos lleva a divagar en pensamientos y lagunas mentales. Para solucionar este tipo de situaciones, podemos definir con nuestros superiores o compañeros el tipo de expectativas y retroalimentación que esperamos según sea la etapa del proyecto o tarea. Establecer reglas simples como responder recibido, una respuesta menor a las 24 horas o una política de escucha activa podrían marcar la diferencia en cómo nos sentimos respecto al trabajo que desempeñamos y producimos.
Y, finalmente, es importante que aprendamos a separar nuestra vida laboral de la personal. Algo tan simple como desconectarnos del trabajo y dejar en un cajón nuestras preocupaciones laborales cuando salimos de la oficina en nuestro hogar son hábitos saludables que marcan la diferencia.
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