La ira es una emoción natural en el ser humano. Todos la experimentamos, sin importar la edad. Es un mecanismo de supervivencia. Su función es prepararnos para el ataque o la defensa. Es una fuerza interior que aparece cuando nos sentimos amenazados, invadidos, cuando tenemos que enfrentar un obstáculo o cuando nos sentimos vulnerados en nuestros derechos. Nos permite ser enérgicos en nuestras respuestas, y es adaptativa siempre y cuando sea la respuesta frente a una amenaza real. La ira es, en sí, un mecanismo biológico de protección. Origina cambios en la química del organismo: aumenta la producción de hormonas en sangre, se acelera el ritmo cardíaco, altera la presión sanguínea, hay mayor segregación de azúcar por las glándulas suprarrenales, entre otras reacciones corporales.
Pero ¿qué pasa cuando se descontrola?, ¿cuando su expresión daña a otros o a uno mismo(a) sin un sustento válido? Nadie puede negar que la ira es una de las emociones más pasionales, y nos puede llevar a tener respuestas y reacciones de las cuáles luego podemos arrepentirnos. Algunas veces la ira se activa frente a pensamientos que capturan nuestra mente y que no necesariamente constituyen una situación real, ya que también puede activarse frente a situaciones imaginarias.
La ira tiene un ciclo que va del fastidio hasta el odio. Si la ira que sentimos es mínima, podemos estar fastidiados o frustrados; si la ira que sentimos es regular, podemos estar enojados o molestos; si la ira que sentimos es fuerte y se acumula, estaremos con rabia; y si la ira es permanente, estaremos hablando ya de un estado de irritación de la persona, en el que se altera por cualquier cosa. Finalmente la última escalada es el odio.
Todos podemos enojarnos, es más, en ocasiones es necesario enojarnos (sino cómo nos defenderíamos), pero llegar a intensidades altas nos perjudica a nosotros mismos y a los demás. Es importante aprender a controlar la ira, que no significa no sentirla, pero sí implica canalizarla adecuadamente, liberarla de forma apropiada, para que no dañe y no me dañe.
Todos podemos ejercitar nuestro autocontrol, redireccionando impulsos y estados emocionales negativos, unido a la capacidad para pensar antes de actuar.
Comparto con ustedes algunas recomendaciones que nos pueden ayudar a controlar la ira:
En el momento en el que la estás experimentando:
-Salte de la situación si es posible. El tiempo fuera ayuda a calmarse. Estar a solas por un tiempo (si es factible) puede ser una buena opción para calmarte.
- Busca descargar físicamente la ira, botando esa energía a través de acciones concretas y que no impliquen riesgo de daño para uno o para los demás: puedes golpear una almohada, zapatear, rallar hojas, rasgar papeles, aplastar plastilina, gritar en un lugar seguro, entre otras.
- Utiliza técnicas de enfriamiento y autocalmado como: escuchar música tranquila, dibujar, usar técnicas de respiración profunda, meditación, uso de la imaginación, o distraerte con una actividad que te guste.
Cuando estés más tranquilo(a):
-Analiza qué detonó tu ira. Cuando nuestra ira se activa por pensamientos irracionales, que no tienen un sustento real, es importante aprender a refutarlos con el razonamiento. Ayuda mucho la toma de conciencia de los primeros pensamientos que desencadenan el enfado para canalizar a tiempo el malestar antes de llegar a la explosión.
- Revisa con honestidad y objetividad tus reacciones cuando estás molesto(a), siendo consciente del impacto que estas tienen.
- Habla de tus sentimientos con alguien de confianza, que te escuche y oriente si es necesario.
- Conversa con la persona involucrada para expresar tu malestar.
- Trata de llegar a acuerdos y resolver la situación.
De manera regular, como parte de acciones cotidianas que te pueden ayudar a mantener la calma:
-Haz ejercicio, camina, o realiza cualquier actividad que descargue la tensión.
- Recibe retroalimentación sobre la forma como expresas y controlas tu ira.
- Destina un tiempo para pensar en posibles escenarios y cómo reaccionarías. Esto te permitirá anticiparte a situaciones en las que sabes reaccionarías mal.
- Usa el sentido del humor cuando necesites distenderte. No dramatices todo. Elige aquello por lo que vale la pena molestarse. Desarrollar diálogos internos constructivos con afirmaciones positivas.
- Aprende a diferenciar entre la rabia real y la irreal.
- No reprimas ni dirijas la rabia contra ti mismo(a).
- Reenfoca los problemas, tratando de encontrarle lo positivo a lo que sucede. Recuerda que las situaciones difíciles son también una gran oportunidad para aprender.
La ira descontrolada genera respuestas violentas y agresivas, que suelen contagiar el ambiente y terminan creando entornos tóxicos y poco agradables, que pueden causar mucho daño. Por ello es importante regularla.
Si tienes dificultad para controlar tu ira o si observas que tus hijos(as) o algún familiar la tiene, y no se logra regular (por más que se apliquen algunas estrategias), es necesario buscar ayuda profesional.
Para ir finalizando, también es importante revisar nuestra reacción frente a la ira del otro. Cuando alguien esté con ira, procura no reaccionar con más ira. Eso no soluciona nada. Para poder conversar es importante estar calmados. No se recomienda buscar el diálogo cuando alguien está alterado. Hay que esperar a que se calme. La serenidad en las respuestas apacigua y calma las situaciones y permite el diálogo.
Y recuerda: las personas son más importantes que las cosas, que tu ira no desborde al extremo de dañar irreparablemente a alguien. Cuida tus relaciones familiares, laborales y con tus amigos. Es posible controlar la ira, como seres humanos siempre podemos ser mejores y aprender a regularnos nos ayudará mucho a mejorar nuestras relaciones interpersonales y la relación con nosotros mismos (¿quién no se ha sentido culpable luego de una reacción intensa de ira?). Trabajar en nosotros mismos es una labor del día a día.
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