En psicología es conocido un mecanismo de defensa llamando negación. Como su nombre lo indica, consiste en negar, de distintas maneras (ignorando, desconociendo o relativizando), un hecho, una situación, o un estado emocional real. Utilizamos este mecanismo cuando lo que estamos viviendo es demasiado intenso, desagradable, desafiante o demandante. La negación nos permite tomarnos un tiempo para adaptarnos a la realidad. Sin embargo, es un mecanismo de defensa poco efectivo a largo plazo, porque si uno permanece en estado de negación, las consecuencias por no enfrentar y no adaptarnos a la realidad pueden ser muy negativas, y en algunos casos nefastas.
Desde hace dos años, convivimos con la realidad de la COVID-19. Hemos aprendido a adaptarnos, unos más que otros, y las vacunas nos han permitido retomar algunos aspectos importantes de nuestras vidas. Sin embargo, nuestra vida no será la misma de antes, tal cual lo fue. Me llama la atención como muchas personas siguen negando esta realidad que nos ha tocado vivir: una pandemia.
He tenido la suerte de que la COVID 19 no llegó a mi casa en las épocas más dramáticas y duras, cuando el riesgo de muerte por contraer la enfermedad era muy alto. Recién esta enfermedad llegó a mi hogar hace 2 semanas, y fue increíble la rapidez con la que uno a uno nos fuimos contagiando. También hemos ido saliendo uno a uno, solo falta que mi mamá, una adulta mayor, termine de recuperarse, pero podría decirse que ya prácticamente hemos pasado la enfermedad.
De que tenía que llegar, tenía que llegar, a todos nos va a tocar vivirla. Pero no todos la viviremos de la misma manera.
Tal vez sea porque acompañé a muchas personas en la pérdida de sus seres queridos que le tengo mucho respeto a esta enfermedad. Acá en mi casa, intenté mantener todos los cuidados de prevención para evitar adquirir el virus, pero hay factores que no se pueden controlar, e igual uno no sabe por dónde entra el virus, quién lo contrajo primero, y el curso que seguirá la enfermedad en cada uno de nosotros. Todos tuvimos síntomas, en algunos más intensos. Con dos personas vulnerables en casa: una hija asmática y una madre con EPOC, no pude evitar preocuparme. Mi esposo y yo tampoco lo pasamos bien.
Entre las personas que nos preguntaban cómo estábamos escuché mucho la frase “pero ahora es solo un resfrío”. No, no es solo un resfrío, no, no solo es una gripecita, es una enfermedad, que, si bien ha disminuido en su intensidad, sigue siendo dañina para nuestro organismo. Acá no la pasamos suavecito, tuvimos síntomas fuertes, pero gracias a Dios, ninguno llegó a un estado de gravedad. Nos hemos quedado con secuelas, y no sabemos de aquí a un tiempo si habrá más consecuencias.
A qué punto quiero llegar, no es a contar mi experiencia por contarla, sino a las reflexiones, vivencias y aprendizajes que ha generado en mí y que deseo compartir por si pueden servir:
- No neguemos la realidad, la COVID-19 y todas sus variantes están entre nosotros, aceptemos que nuestra vida ha cambiado y no pretendamos hacer como si no existiera, ya que las consecuencias serán mayores si lo hacemos, podemos retroceder lo avanzado. Creo que nadie desea volver a confinamientos.
- Aceptar la realidad de la COVID-19 no es vivir con miedo, pero sí con precaución. No nos expongamos innecesariamente, ni a nuestros seres queridos, el hecho de estar vacunados no significa que no te contagiarás, o que los síntomas serán leves (muchos sí tendrán la suerte de que la pasarán suave, pero otros no), o que no habrá secuelas.
- Mantengamos una actitud positiva pero realista. Cuidado con los espacios abiertos, donde no hay mayor riesgo siempre y cuando no estés cara a cara con otra persona. Aún en espacios abiertos, si hay gente muy cerca, es mejor ponerse la mascarilla.
- Conversemos bien con los niños(as), ya que los adultos en nuestro afán de que vivan su vida de antes, podemos no enseñarles a cuidarse y no insistir con las precauciones. Por más que estén en ambientes abiertos, hay que aconsejarles no acercarse mucho, no compartir alimentos (lo cual suelen hacer), y lavarse las manos cuando sea necesario.
- Ser adultos responsables, no juntándonos con otras personas si tenemos síntomas y no enviando a nuestros hijos a la escuela si es que ellos tienen síntomas o hay algún familiar en casa enfermo.
De todos nosotros depende evitar que la situación se empeore. No rechacemos lo que es evidente, lo que es real, no entremos en negación. Sin necesidad de entrar en estados de ansiedad, hay que darle su justa importancia al tema, no vaya a ser que nos pase lo que está sucediendo en China, donde han repuntado los casos y se ha vuelto al confinamiento de algunas ciudades.
Todos somos responsables del cuidado de todos.
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