Los “pelucones” decían que los indígenas deberían regresarse al “páramo” y no hacer protestas que no hacían más que sembrar el caos. Durante doce días pudimos ver las movilizaciones, sobre todo, en la ciudad de Quito. No siempre fueron protestas pacíficas, pero el Estado tampoco tuvo las mejores respuestas: estado de excepción, toque de queda, represión y ataques injustificados a zonas de paz como las universidades de los Salesianos y la Pontificia Universidad del Ecuador (PUCE).
Lenín Moreno, el presidente de la República del Ecuador, que había seguido a pie juntillas las indicaciones del FMI, se había marchado a Guayaquil para ponerse a buen recaudo. Pero desde allí intentaba infructuosamente decir lo que había que hacer y la necesidad de mantener a raja tabla el decreto 883 que suprimía los subsidios sobre la gasolina y el diésel. Esta medida, es verdad, obedece además a la crítica situación económica que atraviesa el vecino país.
La historia republicana reciente de Ecuador incluye la dimisión obligada de tres presidentes. El que menos habrá pensado que ese era el destino inexorable del presidente Moreno. La diferencia es que Moreno contaba con el apoyo de las fuerzas armadas.
Finalmente, este domingo se sentaron a dialogar las autoridades del gobierno y los representantes de los indígenas. Después de un largo diálogo, se resolvió derogar el decreto que suprimía los subsidios. La situación económica del país está lejos de ser resuelta, pero al menos este trance ha pasado por el momento.
En este contexto llama mucho la atención el rol de las universidades que a través de sus autoridades decidieron intervenir en el conflicto dando albergue a los indígenas. Situaciones de conflicto como estas nos llevan a pensar en el rol que juegan o deben jugar las universidades en los ámbitos político y social de un país. No se puede enseñar en las aulas algo que no se está dispuesto a defender en la calle o en la vida del día a día de las personas, sobre todo cuando está en juego la dignidad y la situación de postergación de los ciudadanos. Si la universidad, es decir si la academia no interviene frente a una realidad en la que pierden tanto los ciudadanos como el país, solo puede ser por dos razones:
- Porque no sabe qué decir y, por lo tanto, debería replantear su modo de enseñar en las aulas.
- Porque su principio o motor no es la sociedad ni el bien común, sino el lucro. Es imposible enseñar sinceramente si se espera, no la retribución justa y legítima, sino ganar.
En el Perú hemos estado y seguimos todavía en el medio de una crisis política con respecto a la cual nadie es indiferente ¿No toca a la universidad también ayudar a pensar el Perú en “proceso de elaboración” y evitar así que las pasiones nos arrastren en todas las direcciones condenándonos a círculos viciosos interminables? ¿No debería la universidad hacer sentir su presencia y recordar que es una institución que piensa y cuida a la institución del país?
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