El historiador inglés Kenneth Clark (1900-1983), en uno de los pasajes más conocidos de su obra Civilización - citando al arquitecto John Ruskin-, decía que una civilización se llegaba a reconocer por “tres libros”: su literatura, su historia y su arte. Llegando a la conclusión que el “libro” más fidedigno era el de las obras artísticas. Pues cada una de las mismas era una especie de viajera del tiempo, una visitante de otras épocas y mundos. Así, frente a una obra, entrabamos en contacto con una civilización, sin saber exactamente cuál era su significado.
Algo similar ocurre cuando vamos una librería, sobre todo las más surtidas temáticamente y las más nutridas editorialmente. En efecto, en los estantes de una librería no sólo estamos ante etiquetas y autores. Si no, ante una inmensidad de mundos que han sido concebidos desde la creación (si se trata de la literatura o de las artes) o de la investigación (si se trata de ciencias y humanidades). Una librería es una de las tantas puertas de entrada a la civilización humana. Y mientras mayor sea nuestro interés apasionado por la cultura escrita, estaremos más dispuestos a dejarnos seducir por sus títulos.
Podemos ir a unas librerías buscando un libro específico, del cual ya teníamos una información previa. Pero también podemos entrar en ellas sin plan previo. Es decir, desconociendo qué es lo que podemos encontrar, afirmándose una sensación de aventura que es difícil de describir. En este caso, el placer puede ser mayor. Porque paseamos por los estantes, tratando de encontrar algún título que nos llame la atención y que se entronque con nuestros intereses. Tras el hallazgo fortuito, se genera en el lector-comprador una alegría muy personal, que tiene que ver con sus indagaciones particulares y el deseo de ampliar sus propias fronteras interiores.
Luego de comprar algunos libros, ciertos lectores coronamos la experiencia yendo a algún café para hojear lo que hemos adquirido. El ritual es personal. Pero también puede ser grupal, si hemos ido acompañados. Sacar el texto del envoltorio, ver la primera página, otear la introducción, transitar por los índices y quedarse prendado por una frase, por un párrafo, por una cita. Luego iremos a casa, con el feliz propósito de continuar la lectura y, también, pensando el lugar que tendrá el nuevo libro – amigo-, en nuestra biblioteca.
Si somos parte de la feliz cofradía de los bibliófilos, se entenderá que se trata de un placer íntimo. De un alegre placer muy personal que tiene que ver con la configuración interna de ciertas subjetividades. Personas que viven inmersas en la lectura, en la reflexión, en el asombro. Personas extrañas para muchos, pero conscientes de que el aprendizaje es una búsqueda sin término.
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