Día a día, tratamos con la materia en indeterminadas formas. Pero pocas veces somos cabalmente conscientes de su “potencia espiritual”, como escribió en tono profético Teilhard de Chardin SJ, en su “Himno al Universo”. La materia en contacto con el ser humano se transforma en un vehículo para evocaciones ilimitadas, desde las más básicas hasta las más complejas. De ahí que el sabor de un alimento nos lleve a un momento de nuestra vida o el olor del perfume de un cabello a un instante particular. Gracias a esa experiencia sensorial, logramos atisbar algo mayor que se escapa a lo físico.
Por ejemplo, Ernesto Sábato, en su célebre novela “Sobre héroes y tumbas”, le hace decir a un personaje que los humanos estamos hechos de tal manera que solo nos es posible “vislumbrar la eternidad desde la suave y perecedera carne”. Cuando tocamos, olemos, vemos, escuchamos y gustamos, entramos en contacto con algo que se encuentra más allá del momento inmediato, llevándonos a la ilusión de la eternidad a pesar de lo transitorio.
En la bella obra teatral del peruano Eduardo Adrianzen, “La eternidad es tus ojos”, Nina, la profesora jubilada de literatura, le confiesa a Claudio, el hijo de su antiguo y joven amante, Alejandro, que lo que vió en los ojos de su padre fue un “momento de eternidad”. No era la visión orgánica del ojo, sino la experiencia del tiempo que desaparece por la contemplación de algo que está en el fondo de nuestra condición humana, sobre todo, cuando el amor se manifiesta.
Así, mientras nuestra vida interior es más rica y poderosa, lo que podemos extraerle al fugaz contacto con la materia es mayor. Como dice la célebre canción Rush “Time stand still”: Congelar el momento /un poco más de tiempo. / Hacer que cada sensación sea/ un poco más fuerte/ porque la experiencia se diluye. De ahí que la mente consciente de la fugacidad busque capturar el momento, el instante, y lo eleve en medio de lo que desaparece ¿No es acaso impresionante que podamos hacer eso?
La compositora finesa Kaija Saariaho, musicalizó una serie de poemas, “Cuatro instantes”, del escritor libanés Amin Maalouf. Uno de ellos lleva el poderoso título de “El perfume del instante”, que, de alguna manera, nos lleva a ponderar plenamente el poder de la experiencia estética. La voz narrativa termina así este texto: “Eres el perfume del instante /eres la piel del sueño /y ya la materia del recuerdo”. Pues bien, utopía (sueño) y recuerdo (memoria), dos dimensiones inmateriales que ha provenido del tacto, del sonido, del olfato, de la vista. La potencia espiritual de la materia (Teilhard de Chardin SJ). Sentidos inteligentes para descubrir con serenidad que la vida es una y que se desvanece a cada segundo. Por eso, hay que aprender a guardar el instante, porque ya no vuelve.
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