Cuando Karl Popper publicó La sociedad abierta y sus enemigos (1945), estaba concluyendo la Segunda Guerra Mundial. El mismo autor confesó en su autobiografía intelectual Búsqueda sin término (1974), que la motivación de esta obra se encuentra en la situación política e ideológica de las décadas de 1930 y 1940, de lucha entre dos grandes sistemas de pensamiento y de organización social: la “sociedad abierta” y la “sociedad cerrada”.
La “sociedad cerrada” es aquella que se construye sobre un plan total de organización social, concebida a partir de una supuesta idea de superioridad política, que anula la diversidad de los pensares en pos de una verdad única. La consecuencia, es la supresión de la autonomía crítica y, a largo plazo, la incapacidad de adaptación de esas sociedades a las situaciones cambiantes de la realidad social, económica, política, científica, entre otras. Sin crítica no hay forma de identificar los errores del sistema.
En cambio, la “sociedad abierta” asume que es imposible la edificación integral de una sociedad bajo una única verdad, puesto que el pensar humano es intrínsecamente limitado. Asimismo, el ejercicio de la crítica debe ser favorecido porque de ese modo la autonomía humana se ejercita y permite a la sociedad, desde el cuestionamiento a sus instituciones, adaptarse a la realidad mutante y perfeccionarse a partir del examen crítico.
Cuando Popper pensó en esta célebre distinción, tenía ante sí la edificación de los grandes totalitarismos del siglo XX, el que se forjaba en Alemania con Hitler, en Italia con Mussolini, en la URSS con Stalin y otros tanto más. De igual modo, tomaba en cuenta a los pensadores (Platón, Hegel y Marx) que, a su juicio, habían favorecido intelectualmente a la “sociedad cerrada”, sometiendo a un escrutinio radical esas ideas.
Sin embargo, más allá del contexto de gestación de esta obra, la vigencia del concepto “sociedad abierta”, vuelve a estar presente en la medida que se ha instalado en buena parte del mundo un “pensamiento único”, sobre todo de matriz técnico-económica, que oculta la racionalidades ético-políticas, al extremo de proclamar –abiertamente– la necesidad de eliminar el debate público y la construcción ciudadana.
Esta nueva “sociedad cerrada” se edifica sobre el control solapado de los patrones de conducta social e individual. También, apelando al populismo en sus más diversas formas y suprimiendo el ejercicio crítico racional, para favorecer el comportamiento emotivo y pasional. Una masa de sujetos acríticos, es proclive a aceptar aquel “pensamiento único” de orientación economicista como una verdad ineludible y las nuevas formas de sutil totalitarismo que se están evidenciando a lo largo del mundo. He aquí los actuales enemigos de la “sociedad abierta”.
Las grandes ideas pueden reinterpretarse y adaptarse a situaciones cambiantes. Muchas de ellas, han surgido en circunstancias históricas específicas y están motivadas por eventos a los que asiste –directa o indirectamente– el autor de las mismas. Sin embargo, en virtud de su importancia, trascienden su contexto y son útiles para comprender los nuevos escenarios humanos. Más allá del talante liberal, el pensamiento de Popper sigue teniendo una vigencia notable sobre la discusión teórica de la política. Invitamos a su lectura y reflexión renovadas.
Comparte esta noticia