De paseo por la red social más extendida, una de nuestros contactos sube un video realizado por ella misma, donde se puede observar el estado de abandono de la biblioteca Armando Filomeno del Rímac. Mientras transcurren las cortas imágenes, se nota el estado de desamparo de las instalaciones de la biblioteca que, aparentemente, hace poco han sido refaccionadas. Una vez concluido el breve paseo virtual, un sentimiento de honda desolación nos atraviesa. Pues somos conscientes del síntoma y del símbolo que hay detrás de una biblioteca abandonada, por todos.
La historia narra innumerables bibliotecas que fueron asediadas y, finalmente, destruidas. En el mundo antiguo de oriente, están los casos de la Biblioteca de Nínive de Asurbanipal, en el siglo VII AC y la de Alejandría en los siglos I y IV DC, respectivamente. Y en nuestro país, en diferentes circunstancias, los incendios de la Biblioteca Nacional del Perú de 1824, la 1881 y la de 1943. Pero se trataban de destrucciones sistemáticas, motivadas por razones religiosas, culturales e, incluso, políticas.
Pero en el caso de esta biblioteca distrital, no se trata de destrucción. Sino de abandono, propiciado por el más patente desinterés de las autoridades locales, nacionales y, sobre todo, de los potenciales lectores, es decir, de los mismos vecinos. Es como si a nadie le importara el derrotero de una sala de lectura y lo que ella se forma: el gusto por conocer, por aprender y la pasión por comprender.
Las bibliotecas son un espacio se socialización del saber y de la cultura. Es un lugar de lectura, sin duda. Pero también de interacción con diversas manifestaciones artísticas y con proyectos de difusión científica. Es una perspectiva mayor, las bibliotecas, junto a las universidades, son la mente de una sociedad. Son los ámbitos donde un país se piensa a sí mismo. ¿Dónde mas se puede aprender, de modo racional y organizado, acerca de las ideas, de la naturaleza y del país si no es un sala de lectura?
Por eso, lo que hacemos a una biblioteca es lo que le hacemos al país. Si abandonamos hasta su extinción a una biblioteca, dejamos que una sociedad se muera de la peor de las muertes: la muerte del espíritu. Sin la espiritualidad que proviene del acceso libre y justo al saber, las vidas humanas- parafraseando a Hobbes- son pobres, tristes y embrutecidas.
El supuesto “país de emprendedores” no es sostenible sino somos, primero, un “país de lectores”. La lectura potencia nuestra capacidad de abstracción, permite que nuestra mente aprenda a problematizar, a conjeturar y a ubicar en el plano lógico las operaciones matemáticas y de comprensión argumental. Además, leer (y leer mucho) nos ofrece información de todo tipo y de diverso alcance. Crear bienestar, implica saber: el conocimiento es poder. En suma, sino hay lectura no hay civilización.
Una biblioteca muerta es la demostración del fracaso de todas las políticas públicas (económicas, educativas, culturales, entre otras) de las últimas décadas. Y no se trata de aplaudir a tal o cual funcionario público por sus palmares profesionales. Sino de ver, en la objetividad de una biblioteca abandonada, lo que se ha hecho con el país. Una biblioteca vaciada nos denuncia a todos.
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