El proceso electoral del 2021 estará marcado por las secuelas que habrá dejado el “Gran Confinamiento”. Es evidente que las promesas de todo tipo se harán presentes. Desde las que apuestan por mantener las líneas maestras del modelo que surgió a comienzos de los noventa, hasta lo que plantearán un nuevo contrato social. Será interesante observar el debate electoral en términos descriptivos, sobre todo para saber qué formulan unos y otros, y determinar cuán razonables serán sus propuestas.
Pero mas allá de los deseos y de los intereses de todo tipo, el Perú de 2021 será un país mucho más pobre de lo que fue a inicios de este 2020. Este hecho contundente debería ser el punto de partida sobre el que se asienten todas las políticas de estado y a las políticas gubernamentales para el próximo quinquenio. Pues hay nueva década perdida en el horizonte inmediato.
Sin embargo, para llegar a saber qué queremos hacer con el país en adelante, es preciso, aun en estas circunstancias, empezar debatir en serio sobre nuestros problemas y las causas estructurales de los mismos. Y este debate debería excluir los estereotipos, los clichés y los lugares comunes. Y poner énfasis en los problemas centrales de una sociedad devastada.
Puesto que la pandemia ha evidenciado las grandes fisuras de nuestra sociedad y las enormes carencias de todo tipo, será necesario responder una serie de preguntas desde la mayor objetividad y honestidad ¿Cómo permitimos que el 71 % de trabajadores peruanos sean trabajadores informales, carentes de derechos laborales fundamentales? ¿Cómo consentimos tener 635 Unidades de Cuidados Intensivos para 33 millones de habitantes? ¿Cómo nos acostumbramos a la casi nula relación entre conocimiento, ciencia y decisiones de poder? Hubo años de crecimiento productivo, desde una perspectiva economicista. Pero este no se tradujo en bienestar para la mayoría de las personas. Ni mucho menos en una extendida ilustración ciudadana.
Reconstruirnos como nación parte por reconocer, desde una férrea convicción moral, lo que hicimos realmente mal como sociedad. Y no se trata de mezquinar la importancia de las fortalezas fiscales o la salud del sistema financiero. Solo que, en un terreno mayor, son elementos de importancia relativa. Se trata de explicarnos por qué somos un país tan vulnerable, frágil, dependiente y desigual en tantos ámbitos.
Reconstruirnos como nación partirá de problematizar, sí problematizar, para identificar cuáles son nuestras dificultades más evidentes como sociedad en su conjunto. Porque no puede haber soluciones sino identificamos los problemas. Para ello, deberemos aprender a pensarnos como un estado-nación y no como emporio mercantil. Pensarnos, desde el estatus de ciudadanos y no desde el rol de consumidores.
La reconstrucción del Perú puede ser posible si redescubrimos a la política como arte de lo posible, vinculada a una idea que no tiene nada de utopía, sino de necesidad vital: el bien común. Por ello, es el momento que muchos entremos de lleno a participar en esa reconstrucción, por el bienestar de nuestros hijos e hijas.
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