Creer que se estudia en una universidad para instruirse en saberes ocupacionales, es tener una visión muy limitada de la institución universitaria. Si esto fuera así, bastaría que los alumnos se matriculasen en cualquier centro de formación laboral a fin de adquirir competencias operativas. En una educación “universitaria” solo ocupacional, sería suficiente contratar instructores, repetidores técnicos y capacitadores, en vez de un claustro docente, dispuesto a investigar, a debatir y a formar personas en diversas dimensiones.
Afortunadamente, la vida universitaria –con mayúsculas– es mucho más que un lugar de adiestramiento laboral. Es un espacio académico donde los jóvenes toman contacto con el saber general y especializado. También, es el ámbito donde se reconoce la diversidad de orientaciones epistemológicas y las distintas corrientes teóricas que sustentan a las especialidades profesionales. Al ser un espacio de ideas, lo propio de la vida universitaria es el debate, la discusión, la toma de posturas. A veces, abierta y apasionadamente. Otras, meditada y reflexivamente. Pero siempre, estimulante.
Asimismo, en la vida universitaria, por ser un lugar de ideas, es natural que se tomen partido por concepciones políticas, morales, religiosas y culturales. Eso obliga al êthos universitario a aceptar la diversidad en un marco democrático de prácticas institucionales, dispuesta a enriquecer el debate intelectual en lo científico, en lo profesional y en lo ético-político. Si no entendemos que la vida universitaria es complejidad por la diversidad, entonces no sabemos qué es la universidad. Si esto es así, deberíamos considerar –seriamente– cambiarle de nombre a la institución universitaria. De pronto, denominarla “Centro de Adiestramiento laboral”, pero no llamarle “Universidad”. Quien considere que una universidad es una institución solamente ocupacional, no sabe qué es la universidad y la vida que en ella brota.
Finalmente, la vida universitaria es un espacio de encuentro humano, intersubjetivo y amplio. Los jóvenes y los maestros suelen hacer amistades que permanecen con el tiempo, pues se sostienen sobre el importante fundamento de los “intereses comunes”. De hecho, muchos de nosotros hemos construido lazos humanos en la vida universitaria, que permiten la “universitas magistrorum et scholarium”, la noble comunidad de maestros y estudiantes, su tradición y continuidad.
Mientras paseamos por el campus en esta mañana de invierno limeño, pensamos qué rica e interesante es la vida universitaria. Qué estimulante puede llegar a ser cuando nos encontramos con jóvenes tan apasionados por el conocimiento como lo fuimos en su momento. Ahí se entiende –perfectamente– el concepto de vida: un vínculo que, a pesar de la muerte, permite la continuidad de una especie. Gracias a la vida universitaria, nuestra especie, la especie “homo academicus”, está asegurada.
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