En unas comunidades muy lejanas, había unos jóvenes que mientras sembraban y pastoreaban sus animales, soñaban en llegar a las ciudades a estudiar una carrera. Un día se enteraron por radio que habiendo terminado la secundaria podían postular a Beca 18 y sin pensar las implicancias rindieron sus pruebas y obtuvieron un puntaje que les permitía estudiar Educación Intercultural Bilingüe (EIB). Así llegaron a Lima y comenzaron su aventura.
Era mayo del 2014 y los vi llegar a la universidad con sus bolsas y maletines, algunos solos otros acompañados de sus padres, quienes los instalaban en pequeños cuartitos a los alrededores. La apuesta no era solo individual, era familiar y comunitaria, porque culminar la carrera traería orgullo y esperanza a sus pueblos.
Al comienzo fue realmente difícil, a veces Lima era amable y cariñosa, pero otras veces era hostil, discriminadora, violenta, ruidosa y tramposa. Ser quechua, en una universidad privada de un barrio clasemediero, en una ciudad que se cree “blanca” o “mestiza”, no es fácil de enfrentar, más aún si provienes de pueblos donde la tierra es madre, las montañas son sagradas, los animales son hermanos y los ríos son la vida misma. Comprensible verlos llorar en las sesiones de tutoría, extrañar sus familias con desesperación, sufrir el sistema académico y querer abandonarlo todo. Pero siguieron adelante apoyados entre ellos, y así, en las prácticas en escuelas EIB, se fueron enamorando de su carrera y deseando ser para sus niños y niñas, esa maestra o maestro cariñoso que ellos nunca tuvieron, capaces de enseñar en su lengua, valorar su cultura y hacer de la chacra un aula grande.
Pero algo más paso en la universidad, no solo se trataba de sus procesos de adaptación, de sus historias de resiliencia, de sus empoderamientos y autoafirmaciones como quechuas, sino del impacto que sus presencias ocasionaban en la institución. Porque una cosa es hablar de interculturalidad y otra es vivirla, y entonces sucedió: la universidad fue cambiando de rostro, el quechua circulaba, así como otras lenguas y caímos en la cuenta que Beca 18 había traído juventudes de las 25 regiones del Perú. Ahora tenemos jueves interculturales, celebración del Inti Raymi y San Juan, tinkuys (encuentros), producciones de textos bilingües, entre otros.
El sábado 26 de octubre, se realizó la ceremonia de egreso de la primera promoción de EIB de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya y entonces las lágrimas eran de alegría, no pudieron llegar sus familias a acompañarlos, pero estuvimos sus profesores, emocionados y orgullosos, pero también agradecidos por dejarnos ser parte de sus vidas, por permitirnos aprender de sus culturas y de sus fortalezas. Aprendimos juntos que la interculturalidad no es un discurso, nos recuerda cada vez las huellas y las heridas de la colonialidad, que nuestros pueblos originarios llevan la peor parte, que la diversidad es un derecho, y que no queremos más un Perú con una lengua hegemónica, una cultura hegemónica, un conocimiento hegemónico ni este modelo hegemónico. Gracias queridas y queridos jóvenes, es hora de partir.
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