Cada tres de diciembre se conmemora el Día Internacional de las Personas con Discapacidad, otra fecha en el calendario de los derechos humanos que pasa desapercibida en nuestro país, aunque se trate de más de tres millones de peruanas y peruanos según los datos del último censo nacional.
Vivir con discapacidad es complejo, mucho más cuando no se cuenta con las condiciones necesarias para llevar una vida digna y segura. Así lo aprendí. En la escuela me toco compartir aula con una niña que apenas podía percibir las sombras, sus padres la acompañaron siempre, el colegio la apoyó en lo que pudo y nosotras, sus amigas, fuimos parte de su vida compartiendo la infancia y la adolescencia. Esperanza Villafuerte, es hoy una educadora con Maestría en Ciencia Política y Gobierno, estudia Derecho como segunda carrera, trabaja para el Estado y es una activista perseverante por los derechos de las personas con discapacidad. He tenido la fortuna de ser testigo de sus logros, pero también he sabido de los muchos tropiezos que ha enfrentado siendo una mujer invidente en un país machista, patriarcal e indolente.
Una de las tareas más importantes que Esperanza se propuso, es que las personas comprendamos lo que significa vivir con discapacidad y conocer los derechos que le asisten, las limitaciones para su cumplimiento y los principales puntos que la agenda política debe incorporar para que estos derechos se cumplan. Esto le ha valido como especialista, viajar a diversos congresos nacionales e internacionales, dar entrevistas y colaborar en distintas propuestas de políticas de inclusión.
Esperanza es una mujer fuerte y valiente cuya historia de vida es luz e inspiración para muchos de nosotros. Hoy es una militante activa y participará en las próximas elecciones. Se ha propuesto representar a las personas con discapacidad y defender sus derechos, destrabar leyes que no se cumplen y hacer posible que se amplíe la legislación en materia de salud, trabajo y educación. La tarea es grande.
Hoy en día, aún hay madres y padres que por miedo o ignorancia ocultan a sus hijos e hijas con discapacidad, los he encontrado encerrados o amarrados sin ningún tipo de atención con lo cual se profundiza su condición. Se sabe que la mayoría en edad escolar no está incorporada al sistema educativo por más que el discurso de inclusión se ha generalizado; por otro lado, no se cumple el 4 % de contrataciones de personas con discapacidad en las empresas. Estas son las realidades que Esperanza conoce y por las cuales aboga.
Comprenderán los lectores que dedique esta columna a mi querida amiga, pero la fecha y la ocasión es propicia. Con Esperanza me une el sueño de un mundo donde cada ser humano sin excepción pueda crecer feliz y vivir con dignidad.
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