Una cifra de horror nos coloca en la noticia por estar entre los países con más contagios en el mundo y con más de 30,000 defunciones (cifra que incluye a los confirmados por COVID-19 y a muchos casos sospechosos) según el Sistema Informático Nacional de Defunciones-SINADEF. Otro récord nos ensombrece, el ser uno de los países en la región con menor inversión en la educación pública, con tan solo 3,8 % del PBI, lejos del ansiado 6 % que deberíamos alcanzar en el bicentenario ¿Qué relación hay entre estas cifras?
Al inicio de la pandemia asumimos que todos estábamos en igual riesgo, que el virus no reconocía sexo, edad, ni condición socioeconómica. Con el transcurrir de las semanas aprendimos que las mujeres morimos menos, así como los niños y las poblaciones que viven en alturas, y mueren más los adultos mayores, pero también las personas que alcanzan menores niveles educativos, tal como lo revela un cuadro estadístico publicado hace pocos días. Los datos son claros: son quienes alcanzan menores niveles educativos los gravemente afectados por la epidemia.
Una lectura superficial de los datos podría inducir a tomar distancia de las poblaciones cuya “poca educación” los lleva a romper la cuarentena y actuar irresponsablemente; luego seguirían los señalamientos con dedo índice (mirando la TV) y los adjetivos procaces e injuriosos en las redes contra las personas que se aglomeran en el transporte público y mercados, que salen a vender lo que sea para conseguir ingresos o que se lanzan a los vehículos a limpiar los vidrios en las esquinas.
Intentemos un análisis más amplio reconociendo de partida que educándonos accedemos en mejores condiciones a la información, pero también nos permite comprender lo que leemos y eso es lo más importante ¿Se puede afirmar que la información necesaria para cuidarnos de la COVID-19 ha circulado clara y ampliamente a través de todos los medios posibles para llegar a toda la población sin distinción? Lo segundo está relacionado a las condiciones de vida de muchas familias en las ciudades, que se corresponde mayormente con los niveles educativos alcanzados por sus miembros para contar con los suficientes ingresos económicos que aseguren vivienda, alimentos y todo lo necesario para subsistir durante la cuarentena ¿Cómo cuidarse sin ingresos, sin agua, luz ni alimentos? Un tercer aspecto tiene que ver con el sentido del autocuidado que la educación básica nos brinda desde niños, aunque se desarrollará limitadamente si es que las condiciones del entorno son adversas (por ejemplo, la práctica del lavado de manos cuando no hay agua).
El que no todas y todos los peruanos alcancemos por lo menos la educación básica es una responsabilidad del Estado, como lo es el acceso al internet y servicios básicos. La COVID-19 y otras pandemias se seguirán llevando las vidas de los más vulnerados y abandonados por un Estado incapaz de desarrollar alternativas viables y sostenibles, mientras la salud y la educación no sean la prioridad en la inversión pública, mientras se gobierne para favorecer los intereses de unos pocos en desmedro de las mayorías.
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