Bajo el concepto “pobreza del aprendizaje” el Banco Mundial afirma que el 51% de las niñas y niños de diez años de Latinoamérica y El Caribe no tienen la capacidad de poder leer y entender un texto simple, situación que se ha agravado en el contexto de la pandemia; en el caso del Perú la cifra se eleva a 56%. A estas niñas y niños se les considera “pobres de aprendizajes”, y según explican sus expertos esta situación impactará en la disminución del capital humano frenando las perspectivas de crecimiento de los países con un alto costo económico.
El dato es preocupante, pero lo es más darnos cuenta quienes son las niñas y niños más afectados, son los mismos de antes de la pandemia: empobrecidos, indígenas y afroperuanos, de zonas rurales y periurbanas y con limitado acceso al internet. Ya no son solamente pobres por sus ingresos y condiciones de vida, sino que ahora el organismo internacional más poderoso del planeta los ha declarado “pobres de aprendizajes”. Recordemos que en la década de 1980 el Banco Mundial nos clasificó como región y país pobre según el ingreso de las familias y no fue sino a partir de este milenio que tuvieron que girar sus discursos para hablar de desigualdad. Desde este concepto podemos comprender que hay una historia de desigualdades, que se expresa en múltiples discriminaciones y opresiones, y que hoy analizamos desde una perspectiva interseccional gracias a los aportes del feminismo.
Hablar de pobreza tiene implícito un señalamiento a las personas en situación de pobreza, a quienes se les suele responsabilizar, estigmatizar y atender desde las políticas públicas como beneficiarios, sin necesariamente comprender cómo llegaron hasta allí y por qué históricamente permanecen en la misma situación, limitados en el goce de sus derechos y privados de oportunidades que el sistema capitalista y el modelo neoliberal no podrán asegurar. Por el contrario, las oportunidades de una educación, salud y empleo de calidad estarán supeditadas a lo que resulte conveniente al status quo, la clase política y los grandes negocios en manos del 0,01% de la población más rica del mundo.
En vez de seguir alimentando el perverso estigma que recae en las poblaciones que sufren las desigualdades y de negar el valor de los otros aprendizajes que dominan nuestras niñas y niños, urge identificarlos, saber con precisión porqué a sus 10 años no logran leer y entender un texto simple y atenderlos de inmediato con pertinencia a través de múltiples estrategias. Digamos con claridad que el sistema educativo está en crisis desde hace mucho tiempo, les está fallando y nosotros como familias y sociedad también ¿No es acaso la inequitativa recaudación tributaria y la desigual distribución de la riqueza lo que profundiza las brechas educativas? ¿A dónde nos está llevando el consumo obsesivo de bienes sin preocuparnos por cómo se sienten y aprenden las niñas y niños? ¿Qué están haciendo nuestros gobernantes y grupos de poder por una salida a la crisis educativa?
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