Bolivia sangra y llora. Nuestro vecino está viviendo una terrible crisis en medio de un golpe de Estado. Las banderas, nacional y la plurinacional, han sido quemadas en distintos escenarios institucionales y callejeros, actos simbólicos que expresan la profundidad de la crisis, la división del pueblo boliviano y la amenaza de un futuro incierto. El temor, es que los grandes ganadores sean los grupos antiderechos y fundamentalistas, como expresaron las lideresas en la Asamblea de Mujeres, es decir erigir nuevamente un proyecto nacionalista cristiano.
Cuando la Constitución boliviana reconoció la wiphala como símbolo patrio dejó en evidencia el lugar que tiene el legado de los pueblos originarios y su propósito para con la igualdad en la multiculturalidad de un país diverso. Wiphala significa el triunfo en el viento, en lengua aymara. En sus siete colores y formas, están presentes los principios y valores que guían los mundos indígenas. Quemarla es querer derrotar a los pueblos indígenas en Bolivia, lo que ha merecido de respuesta la quema de las banderas nacionales. En estos actos, se reedita el conflicto entre lo nacional bajo la forma de República y la plurinacional como conjunto de pueblos que comparten el mismo territorio, y que parecía resuelto en la Constitución boliviana generada en el primer periodo de Evo Morales, el primer presidente indígena, en un país mayoritariamente indígena.
Cuando Fernando Camacho, empresario cruceño, dice: “Aquí ya no mandan los indios sino los cristianos. La pachamama nunca volverá al Palacio. Bolivia es de Cristo” está rompiendo radicalmente con los pueblos originarios e imprimiendo religiosidad a su proyecto ideológico. Y con ellos, “…legitima el racismo, el colonialismo y el odio”, como dice la excongresista Glave en su tuit. Otra vez las palabras “indio de mierda” afloran públicamente en las expresiones de militares cuando detienen a los manifestantes en las calles, los mismos militares que colocaron la banda presidencial a Jeaninne Añez con una Biblia en sus manos.
No es la intención de este breve artículo hacer una defensa de Evo Morales, ha cometido errores y es corresponsable de la crisis, pero está en juego la paz frente a una guerra civil que los bolivianos enardecidos están dispuestos a librar en rechazo a un gobierno fundamentalista y de derecha que desprecia y discrimina a los pueblos indígenas y que amenaza con desestructurar sus organizaciones y movimientos, las mismas, que a lo largo de los años han cobrado un importante lugar en la sociedad boliviana, a veces de apoyo y otras de oposición a las políticas sostenidas por el Movimiento al Socialismo (MAS).
Nos toca como pueblos andinos rechazar toda forma de discriminación que profundice los estereotipos frente a los pueblos originarios. Esta crisis no puede ocultar lo que significa su indispensable presencia en el poder político, económico y social, dentro del estado y la sociedad civil. Sin estas presencias y luchas, Bolivia seguiría embarcada en un estrecho proyecto político nacionalista y homogeneizador.
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