La política de cualquier ámbito geográfico es un reflejo claro del comportamiento que tiene una sociedad. Es como si se tratara de un espejo en el que nos podemos mirar y comprender cuáles son las causas de nuestras decisiones. Así como la historia nos enseña un poco más sobre la estructura del pensamiento y la emoción que predomina en los seres humanos, la política logra reverberar, de la misma forma, pero en el presente, cómo somos realmente. Y no se trata de exculparnos, dirigir la responsabilidad hacia otro lado o erigirnos como estandartes de la moral, sino de reconocer que somos un equipo y que, como tal, debemos intentar pensar en lo que hacemos para no repetirlo en nuestra familia, trabajo, grupo social o en organizaciones más grandes, como el Estado. Porque, valgan verdades, lo que hemos visto esta semana, en el Congreso, no es exclusivo de este Poder. El comportamiento psicopático que busca miel para su propio panal y que, en el camino, arrasa, roba, miente y manipula a discreción a todo el que se interponga, ya es endémico de nuestra nación.
¿Por qué digo que el Perú está sufriendo de psicopatía?
Revisemos un poco de qué se trata esta patología. Como tal, no existe en los diagnósticos psiquiátricos; en estos manuales, se habla de Trastorno Antisocial de la Personalidad, que tiene, como eje central, el desprecio de los derechos de los demás por la búsqueda constante de satisfacción personal. Sin embargo, a diferencia de este diagnóstico, el psicoanálisis agrega algunas luces que permiten entender mejor este trastorno. Los pacientes con psicopatía, dice este cuerpo teórico, para perseguir su deseo individual a toda costa, emplean relaciones utilitarias, es decir, únicamente se vinculan con los demás cuando pueden obtener un beneficio de esa «transacción» (porque, para ellos, es un mero trámite). En este sentido, cosifican a las personas y las convierten en simples objetos que pueden mover de acuerdo a su antojo. La empatía, como se podrán dar cuenta, es nula; la creencia de que todo lo que ellos quieren será conseguido es permanente; y el poder, el dinero, el estatus y el sexo son sus principales alicientes. Por ello, manipulan, mienten, estafan y roban sin ningún sentido mínimo de la culpa.
Ustedes, quizás, me dirán que es un poco duro el diagnóstico y que solo se trata de la misma corrupción de siempre, que lleva enquistada en el Perú desde la época de la conquista. Yo les pregunto: ¿la corrupción, que es el uso de influencias públicas para beneficio privado, no pasa por encima de todos los derechos de los ciudadanos, sin empatía ni culpa, para lograr satisfacer un deseo individual? Es más, ¿la corrupción, algunas veces, no daña a otras personas en su afán por lograr su cometido a través de todas las tácticas de manipulación conocidas? Si la respuesta es sí, tal vez esta tara siempre tuvo algo o todo de psicopatía.
¿Por qué es importante que hagamos esa reflexión?
Todo tratamiento parte de un buen diagnóstico. Este es el primer paso para realizar un correcto abordaje del caso. Sin embargo, cuando el paciente no es una persona, sino todo un grupo o equipo, el trabajo a realizar se convierte en sistémico, pues hay que determinar cuál es la causa del comportamiento psicopático, cuáles son los factores que activan este tipo de conductas y cómo es la dinámica del grupo entero. Recordemos que las personas no actúan de la misma forma solas que con otros individuos. ¿Es posible un tratamiento? Sí. ¿Se podrá llegar a la cura? Eso está difícil de afirmar. La psicopatía es uno de esos trastornos clínicos que ha probado ser duro de roer, porque ni la psicoterapia ni la farmacoterapia logran dar de alta al paciente. Pero, si no lo intentamos, podríamos perder, sin luchar, un país.
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