Mi madre cuenta, entre las pocas historias que recuerda de su niñez, que alguna vez tuvo un pingüino. Ante la incredulidad que se hace eco entre quienes la escuchamos, porque asociamos esta especie plumífera con zonas alejadas de la urbanidad, ella nos reafirma su historia y nos dice que se llamaba Niño. Imagino que Niño se perdió en su camino hacia el mar o, frente a la escasez de alimento o de un ambiente amable, buscó protección en las casas aledañas a la playa de Chimbote por donde vivían los padres de mi madre. Eso puede tener sentido si consideramos que, en esa playa, morían constantemente lobos marinos, pelícanos y otros animales costeros por la contaminación de las empresas que derramaban líquidos muy negros sobre la arena y el mar. El caso es que Niño se convirtió probablemente en la primera y única mascota a la que mi madre quiso, como quien atesora un pedacito de ternura fuera de sí mismo. Sin embargo, la historia siempre termina como no terminan las películas de Hollywood: Niño se perdió varios días y, cuando mi abuela dio con él, una vecina lo había aprisionado bajo la excusa de que ese no era Niño, sino su propio pingüino, el cual, sospechosamente, nunca había dado señales de existir. Así, Niño desapareció de la vida de mi madre y, con él, todo deseo por tener otra mascota.
Omitiendo el final esta historia, mientras Niño y mi madre estuvieron juntos, fueron como cualquier otra diada entre niña y mascota. Niño la seguía a todos lados con ese paso tan extraño, pero enternecedor de bambolearse de un lado a otro; dormía a su lado bajo la cama cuando no quería estar solo en la piscina que mi abuelo le había construido en el corral; y corría hacia la puerta si oía o sentía que mi madre estaba llegando del colegio. Es decir, se podía observar un vínculo palpable entre ellos, un vínculo que, según la psicología y la neurociencia, funge como soporte para todas las personas, sobre todo para aquellas que requieren de un apoyo emocional adicional.
Si revisamos las investigaciones, vamos a encontrar que, en todas, se replican los mismos resultados: tener mascotas ayuda a reducir el estrés, incrementa el bienestar, disminuye la sensación de soledad, aumenta la motivación y le otorga un sentido de propósito a la vida. Lo que sucede es que, para el cerebro, resulta tan significativa la relación que desarrollemos con otro ser humano como el vínculo que forjemos con nuestra mascota, pues va a depender del valor que le demos, tal como lo vimos en mi columna anterior. Es así que la fuerza del vínculo logra elevar el nivel de oxitocina (famosa hormona del amor que nos hace sentir en intimidad, unión y cercanía con los demás, y tener deseos de proteger a quienes queremos), lo que, en consecuencia, disminuye el nivel de cortisol, hormona del estrés. Dicho de otro modo, el amor que sentimos por nuestra mascota nos hace bajar la guardia, relajarnos y sentirnos en paz. Es un efecto similar a lo que sentimos cuando escuchamos música, conversamos con alguien cercano o meditamos.
Pero esto no es todo: también se eleva la dopamina y la serotonina, lo que nos motiva y entusiasma, y nos hace sentir bienestar y armonía. Justamente, estos elementos son los que se pierden cuando entramos en un cuadro psiquiátrico, como la depresión, la ansiedad, entre otros. De hecho, el consejo clínico que se les brinda a los pacientes con estos diagnósticos de buscar actividades que les resulten placenteras tiene que ver con la necesidad de elevar la dopamina y la estrategia médica de recetar antidepresivos se debe a la meta de elevar los niveles de serotonina (siempre que la depresión o la ansiedad se deba a un déficit de esta sustancia).
Este tipo de consecuencias positivas son las que me llevan a mí y a muchas y muchos especialistas en psicología a sugerirles que, en la medida de lo posible, aprendan a criar, a cuidar y a relacionarse con alguna mascota. De preferencia, elijan aquellas que puedan mostrar reciprocidad, es decir, que también se interesen por ustedes, como los animales domésticos y susceptibles a ser domesticados. Si es que pragmáticamente pueden hacerse cargo de una mascota, no duden en hacerlo, pues se gestará una de las relaciones más beneficiosas que podrán tener.
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