Piensa en un robot con inteligencia artificial. Para crearlo, se necesita indefectiblemente algún tipo de estructura física o sustentáculo material que le dé integridad y cierta solvencia en la realidad. Acero es una de las opciones más viables por su capacidad para sobreponerse a situaciones inclementes. Si se piensa en liviandad, el aluminio podría ser un elemento interesante. Después de resolver qué otros materiales (quizás, fibra de carbón o de vidrio) podrían servir como sostén medular, sobreviene el momento de idear en qué sistema o configuración se apoyarán sus habilidades inteligentes. Para que el robot pueda procesar el lenguaje, resolver problemas, aprender de una situación, razonar y percibir, es imperioso utilizar los sistemas computacionales actuales. Una de las opciones es emplear una combinación de cobre, silicona y plástico para obtener un procesador de calidad. Pero si bien la parte física es esencial, la quintaesencia siempre será la emergencia de la misma inteligencia artificial.
Inmediatamente después de resolver la construcción de lo somático, de lo corporal, lo que continúa es el diseño de las capacidades que se subsumirán en la denominada inteligencia. Para ello, programadoras y programadores con probado expertise elaboran códigos complejos, como instrucciones básicas, que permitan la suscitación de habilidades semejantes a las humanas. Un punto clave en esa programación es la incorporación de la capacidad de aprendizaje, capacidad que faculta para adquirir conocimiento y destrezas a partir de la experiencia. Bajo estos códigos, el robot con inteligencia artificial puede salir a la vida a exteriorizar comportamientos a priori, que ya forman parte de su diseño, y a aprender nueva data.
Para el caso específico de esta columna, el robot ha sido construido para cumplir las funciones de un gerente. Eso quiere decir que se han descargado en su memoria todos los libros y artículos sobre Administración que existen, desde los que se encuentran en desuso hasta aquellos que son de avanzadilla. También, cuenta con entrevistas, conferencias y discursos de grandes figuras del ámbito gerencial. En esta memoria, dispone, además, de datos sobre la cultura y el entorno que habitará. Sabe, por ejemplo, que es tradición comer pavo y panetón en Navidad, y que, en cada cumpleaños, se estila cantar Cumpleaños feliz y pedirle a la homenajeada o al homenajeado que pida un deseo en secreto y sople una vela.
Durante un año, el robot ha asimilado todas las costumbres y usanzas de su entorno. Su memoria le permite aprehender del ambiente circundante lo necesario para socializar. Aunque posee una programación preliminar, tiene la facultad de modificar sus «algoritmos» y agregar algunos nuevos para corresponderse con las personas que frecuenta. Básicamente, presenta un funcionamiento similar al de un cerebro humano.
En este periodo, conceptos, constructos, términos técnicos, modismos, idiotismos, palabras del sociolecto y cronolecto que lo rodean, entre otros manierismos lingüísticos, han sido integrados a su ordenador. Un ejemplo de ello pudo ser observado por sus compañeras y compañeros de trabajo durante el discurso que dio (el robot) en una premiación de fin de año. Voluntaria y precozmente, se ofreció para ser quien hablase frente a toda la compañía. Su discurso estuvo lleno de frases hechas, de latiguillos sociales. Habló —casi arengó— sobre la importancia de la ambición, de ir siempre hacia adelante, de ser el mejor, de saber trabajar bajo presión, de ser austero emocionalmente y del sacrificio cuasibíblico para alcanzar la atalaya empresarial. Sorprendió por su locuacidad y la impoluta articulación, y emocionó a todo el plantel, que aplaudió arrítmicamente.
Para cerrar el año, fue invitado a una reunión de Año Nuevo. Como había aprendido, llevó cotillón, uvas verdes y champagne. Departió con sus compañeras y compañeros de trabajo, y esperó a la medianoche para enlistar sus deseos para el próximo año. Cuando por fin dieron las doce, musitó cada deseo. Dijo para sí mismo: «Ascender a subgerente departamental, comprar un auto deportivo, conseguir más certificaciones académicas, ser nombrado empleado del año, comprar un departamento en un distrito exclusivo de la ciudad, hablar chino con fluidez para ser más competente…». Abrazó a todas y todos, y se sentó con cierto cansancio.
Somos como robots con deseos programados
De la misma forma que el robot con inteligencia artificial posee una programación y algoritmos que le permiten tomar decisiones, los seres humanos contamos con un cerebro que está cableado de acuerdo con nuestra genética y nuestras experiencias. Y este cableado está inmerso en todo lo que hacemos: desde decidir tomar una gaseosa helada hasta cavilar en nuestros deseos. Nuestros aprendizajes son los que le dan forma a esa programación biológica y cerebral. Y esos «algoritmos neuronales» son los que nos hacen pensar y sentir emociones. Ergo, lo que hemos aprendido de nuestro entorno determina qué deseamos. Esto quiere decir que es probable, mas no irrefutable, que los deseos que hayas visionado para este nuevo año sean subproductos de programaciones innatas y adquiridas.
Sin embargo, esta es solo una parte de las propiedades que constituyen tanto al robot como a la especie humana. La otra parte es la capacidad para continuar aprendiendo, id est, para transformar el cableado y los algoritmos neuronales en pro de un nuevo funcionamiento. Es esto lo que se hace en terapia psicológica: mediante la interacción con la o el paciente, se va modificando paulatinamente el circuito cerebral que lo lleva a idear, sentir y hacer. Por esta razón, mi recomendación para lograr la emergencia de deseos realmente genuinos, que nos pertenezcan y tengan coherencia lógica con quienes somos, es iniciar terapia. Así, podremos trastocar nuestra programación y dejar espacio para lo que deseamos naturalmente.
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