Darse de alta por decisión propia es un oficio de moda en psicoterapia. De forma unilateral, muchas y muchos pacientes, alegremente, dejan de asistir a sus sesiones por la percepción de una leve o sustancial mejoría sin que la o el terapeuta pueda mediar opinión alguna. ¿En qué basan tan decisiva y, posiblemente, equívoca elección? ¿Cuáles son los criterios que, unificados, dictaminan que llegó el momento de abandonar un proceso, cuyo tiempo de vida debe ser determinado por la o el profesional de la salud mental de acuerdo a lo que observa en su paciente? Parece que uno de los requisitos detrás de este «movimiento» es una «sensación de haber mejorado», de retomar un poco «ese bienestar perdido». Es como si, subito, las y los pacientes se transformasen en especialistas con la capacidad de analizar cuál es el tiempo idóneo para dar por finalizada la psicoterapia. Debe quedar claro, sin embargo, que estos procesos también pueden interrumpirse por temas económicos, mudanzas o «resistencias», como se le llama, en psicología, a todo lo que nos hace huir o rehuir de la búsqueda de lo más profundo de nuestra mente. También debe quedar claro que, en cualquier caso, la o el paciente debe hacer lo posible para comunicar su deseo por abandonar la terapia, deseo que será analizado en sesión para encontrar la causa o llegar a acuerdos (por ejemplo, en el caso de no poder seguir pagando las sesiones, se puede llegar a un compromiso entre paciente y terapeuta).
Para graficar de mejor manera este tema, imaginemos un paciente en una sala de operaciones totalmente equipada que está siendo intervenido quirúrgicamente para serle extirpados unos pequeños tumores que se localizan alrededor del estómago. Por motivos pedagógicos, pensemos que no puede ser anestesiado: solo cuenta con la empatía, sensibilidad y tino de la cirujana, quien se ha comprometido, al estudiar su profesión, a velar por el bienestar de sus pacientes. Inicia el proceso, que tomará unas cuatro horas, y el paciente comienza a percibir dolor. Ante cada signo de esta sensación, la doctora se detiene e intenta retomar la operación por otra vía con menos cantidad de nociceptores o receptores de dolor.
Al cabo de un par de horas, solo queda un tumor, pero es visiblemente más grande y sinuoso que los demás: compromete vías nerviosas muy importantes que podrían originar un dolor de tal intensidad que el paciente podría abandonar la operación de forma intempestiva. Como sabemos, eso haría no solo que la herida pueda infectarse al estar abierta, sino que los resquicios de tumor puedan iniciar una multiplicación celular que genere nuevos tumores. La doctora, cada vez, se aproxima más a retirar el tumor con la ayuda del paciente: mantiene diálogo con él y escucha cómo se va sintiendo. Aun así, de pronto, el paciente se asusta, se levanta de la camilla, se retira las vías de los brazos y, sin manifestar su decisión, sale presuroso de la sala ante la mirada pasmada de la doctora.
¿Esto es lo mismo que sucede cuando una o un paciente se da de alta de la psicoterapia? Es bastante similar, aunque, obviamente, mantiene diferencias claras. Cuando sucede en psicoterapia, lo que transmuta es la doctora en terapeuta, la sala de operaciones en consultorio, la camilla en sofá, los instrumentos quirúrgicos en la técnica y los tumores en «traumas» o nudos inconscientes a ser desentrañados. Por lo demás, la empatía, la sensibilidad y el tino de la o el especialista, más la comunicación constante de la o el paciente quedan igual. En otras palabras, cuando se dan de alta al sentirse mejor porque muchos de los «traumas» han sido trabajados, lo hacen con las emociones y las defensas expuestas, tal como lo vimos en el paciente con la herida sin suturar. Lo peor es que ese gran «trauma» que espera por ser «extirpado» y que, probablemente, sea el más importante de todos, es decir, el que más malestar produce, se mantiene intacto para seguir suscitando impedimentos, crisis y problemas.
Les hablo de este debido a que, en esta profesión, son muchas y muchos los pacientes que dejan la terapia de un momento a otro por «sentirse mejor». Aunque esta mejoría es real, es perfectamente engañosa: es temporal, depende de la continuidad de la terapia y no indica curación. Hace unos días, un amigo se comunicó conmigo por un recrudecimiento de sus síntomas de ansiedad luego de haber abandonado la terapia por varios meses. Déjenme decirles que él hubiera preferido seguir con la terapia. Es más, ahora, piensa que lo hará de por vida. ¿Entienden, entonces, por qué es importante seguir las indicaciones del o la terapeuta, incluso para darse de alta?
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