Como país, tenemos 7,8 homicidios por cada cien mil habitantes*. Para la Organización Mundial de la Salud (OMS), un país con más de diez en este indicador merece el calificativo de epidémico en homicidios. No es nuestro caso como promedio nacional, pero sí el de 16 ciudades en el país. El número no es poca cosa, pues –guardando las distancias de comparar datos de ciudades con países– las cifras de algunas ciudades peruanas superan las de Honduras (44) y se acercan a las de El Salvador (60).
Entre estas 16 ciudades está Trujillo. En el imaginario colectivo, es una de las urbes más peligrosas del Perú. Si la juzgamos por su tasa de homicidios, apenas supera el nivel epidémico (10,2 por cada cien mil habitantes). Pero solo hace cinco años, ese mismo indicador era de 25. Entre otras cosas, un trabajo coordinado de inteligencia policial con otras entidades del sistema de justicia contribuyó a esta caída.
Si Trujillo no es lo más peligroso en términos de homicidios, ¿qué ciudad lo es? Tres destacan por lo negativo del diagnóstico. En 2017, Huaral registró 28 homicidios por cada cien mil habitantes, superando más de tres veces el promedio nacional. Barranca tuvo una tasa de homicidios más alta, casi seis veces mayor que el promedio nacional: llegó a 46. El caso más dramático es el de Tumbes: 58 homicidios por cada cien mil habitantes, lo que equivale a más de siete veces el promedio para Perú.
Tumbes es un caso aparte. Hace muy poco, en 2011, registró 4,7 homicidios por cada cien mil habitantes. Seis años después, el número de homicidios se ha multiplicado por diez. La pregunta cae de madura: ¿qué pasó en Tumbes?
Para Monard**, son tres grandes factores los que explican el caso Tumbes. Primero, hay un efecto de desplazamiento. La reducción de la delincuencia en Trujillo no implicó su desaparición, sino su movilización a otras zonas del Norte, incluyendo Tumbes. Ahí encontró un buen caldo de cultivo: poca legitimidad de las instituciones, corrupción, etcétera. Segundo, el precio del kilo de la cocaína es uno de los más altos en Tumbes, y puede hasta duplicarse al pasar la frontera. Tercero, el incremento de los homicidios ha coincidido con períodos de fuerte corrupción en los gobiernos locales. Quizás la corrupción sea parte del origen (más corrupción, más luchas de poder y negocios ilícitos), o quizás sea más bien el efecto (más oportunidades ilícitas y crimen organizado, más corrupción).
La explicación de fondo para la proliferación de homicidios es el crimen organizado, muchas veces enquistado o vinculado a funcionarios públicos y a las más altas autoridades regionales y locales que han creado las condiciones para la existencia de mafias, corruptelas, o simplemente han recibido los beneficios por dejarlas existir.
Poco importa que la mayoría de asesinatos sean entre mafias. Es decir, entre delincuentes. Cualquiera se puede cruzar en su camino y ser una víctima más. Pero, más importante aún, el crimen organizado que genera homicidios es como una plaga que todo contagia. Sirve de cantera para los delincuentes, masifica pequeños mercados de armas y drogas, condiciona la aparición de delincuencia, entre otros males que no se atacan con crecimiento económico ni empleo, sino con inteligencia policial, investigación criminal y sanción judicial. Y, como sabemos, ahí hay una deuda pendiente.
*Todas las estadísticas de homicidios fueron obtenidas del documento:
Comité Estadístico Interinstitucional de la Criminalidad (2018). Homicidios en el Perú. Contándolos uno a uno. 2011-2017. Informe Estadístico N.º 6. Lima: INEI, Poder Judicial. Disponible en: http://bit.ly/ineiunoauno
**Monard, Elohim (18 de agosto de 2016). ¿Qué pasó en Tumbes? Una pequeña ciudad de la costa norte alcanzó la tasa más alta de homicidios del Perú. Blog Sin Miedos del Banco Interamericano de Desarrollo. Disponible en http://bit.ly/2TDLfXr
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