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Las reglas del acoso sexual callejero

Hasta en la selva hay reglas. En la del acoso sexual callejero, la regla base es que ellas se lo buscan.

Nadie me enseñó que a una chica guapa se le silba al verla pasar por la calle. Lo aprendí, lo aprendimos en otros hombres. Hacerlo era parte de crecer, de ser hombre y especialmente de mostrarse como tal. Es parte de ese manual no escrito de masculinidad. Se aprende por imitación y ante la ausencia de modelos críticos.

El espacio público no es neutro ni seguro, especialmente para las mujeres. Entre los varios riesgos y peligros, el del acoso sexual callejero es uno que diario les recorta la tranquilidad y libertad.

¿Cómo entender esta forma de violencia? Basta pararse en una avenida concurrida – digamos, la avenida Abancay – y convertirse en observador pasivo.

Es lo que justamente hizo Marieliv Flores. En un artículo incluido en un libro editado por mí (¡declaro mi conflicto de interés!), ella presenta los resultados de un trabajo de campo muy audaz. Ella se instaló en la misma Abancay durante seis días para observar actos de acoso sexual callejero. Luego, además, entrevistó a doce de los hombres que lo ejercieron.

El espacio público es uno de dominación y hegemonía. Quienes cometen acoso sexual callejero lo hacen porque consideran que la calle un espacio legítimo para hacerlo. Flores identifica que este acoso no es espontáneo. Más bien, es cuadriculadamente planificado: reconocer (a una mujer con alguna característica por la que será acosada), realizar el acto de acoso, esperar la reacción de la acosada y contrarreaccionar.

Pero hasta en la selva, hay reglas. Según los entrevistados, las frases que califican de vulgares son formuladas por algunos para hacerse notar y como un exceso de bacanería. Las rechazan, pensando no en las mujeres, sino en “sus” mujeres: “uno tiene hija, tiene madre, tiene hermana…”, tal como señaló un entrevistado.

Algo similar sucede con los tocamientos. Consideran que meterle la mano a una mujer es una falta de respeto. Pero el nivel de sanción social es tan bajo, que en este mundo de reglas impuestas desde una masculinidad violenta, hacerlo es solo una seducción osada:

“Tú no le metes la mano a una flaca porque se te da la gana, sino porque quieres algo más con ella. Si te atraca, bacán, sino ya fue”, fue lo que le dijo un trabajador de la avenida Abancay a la investigadora. Es la versión urbana que legitima el acercamiento sentimental entre un violador sexual y su víctima.

 El espacio público no es neutro ni seguro, especialmente para las mujeres.
El espacio público no es neutro ni seguro, especialmente para las mujeres. | Fuente: Andina

Siguiente regla. El hombre está ausente de las culpas. Más bien, tal como sucede en casos de violación, la culpa es de la víctima. Ellas lo buscan implícitamente. No es causalidad, añaden que la reacción en silbidos, frases y tocamientos es la respuesta natural de su incontenible necesidad de verbalizar su hombría.

Hay una regla adicional que podemos llamar la intensidad de la víctima. Cada víctima merece el “piropo” que sugiera su vestir y caminar. Porque el hombre solo corresponde:

“A las finales es porque la mujer quiere y punto. La mujer se viste porque quiere, sino ¿por qué el hombre le va a meter mano? ¿Por qué está loco? Es porque ella está con la faldita chiquita, atrae.”

La cultura de la violación está presente en estas líneas, pero en el fondo de nuestra sociedad. No es difícil encontrar este vínculo en las entrevistas de Flores:

“Tanta mujer violada es por eso, por las minifaldas. Las mujeres ponen a sus hijitas una minifalda chiquita y por eso las violan. No es culpa del violador, sino de la madre. Las cosas como son. Una niña enseñando el calzoncito... Si una mujer está con el pantalón decente, nadie le va a decir nada.”

Después de acercamientos de este tipo, siempre me pregunto por lo que estamos haciendo como sociedad y como Estado. Hoy, el rechazo al acoso sexual callejero de parte de las mujeres es mucho más abierto y fuerte, y ha logrado sensibilización y hasta sanciones penales.

Pero siento que así como se le echa la culpa del acoso sexual callejero a las mujeres, se les deja también solas para las soluciones. Más hombres con abierto rechazo a esta violencia y con nuevos sentidos de masculinidad son necesarios.

 

Flores, Marieliv (2019). Género y espacio público: El acoso sexual callejero como muestral de hombría. En Hernández, W. (ed.). Violencias contra las mujeres. La necesidad de un doble plural. Lima, GRADE. Descagarble en: http://bit.ly/34oovME

NOTA: “Ni el Grupo RPP, ni sus directores, accionistas, representantes legales, gerentes y/o empleados serán responsables bajo ninguna circunstancia por las declaraciones, comentarios u opiniones vertidas en la presente columna, siendo el único responsable el autor de la misma.

Investigador adjunto de GRADE, con especialidad en seguridad ciudadana, violencia de género y justicia. Maestro en Estudios Comparados de Desarrollo de la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales de París.

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