A menudo escuchamos que “el Perú no está preparado” para hacer frente a la migración. Lo primero que hay que recordar es que no existe una receta mágica para los procesos de inclusión de personas migrantes. Los países con mayor experiencia en la recepción de personas migrantes no se caracterizan por tener procesos de inclusión lineales y sin obstáculos, sino todo lo contrario: la inclusión, como todo proceso humano, es dinámico, complejo y diverso. Las personas migrantes pueden sentirse incluidas en ciertos aspectos en una sociedad, como en lo laboral y, a la par, sentirse excluidas de otros, como la vida política. Exclusión e inclusión aparecen, muchas veces, como dos caras de la misma moneda.
En el caso de la capital peruana, exclusión e inclusión también se mezclan. Las personas venezolanas en Lima se ven inmersas en una ciudad grande y compleja en la cual buscan, al igual que muchos y muchas, principalmente sobrevivir. Estas personas experimentan la exclusión cuando van apareciendo anuncios para trabajos que indican “no para venezolanos”, o cuando un Gobierno Regional decide adoptar una ordenanza para limitar la contratación de trabajadores extranjeros para así “priorizar” al trabajador nacional. Por otra parte, las mismas personas experimentan la inclusión cuando sus hijos e hijas comparten en el colegio salones con peruanos y peruanas, o cuando un amigo peruano les ayuda a buscar un empleo o una vivienda.
Así, la experiencia de las personas venezolanas en Lima es diversa y marcada por factores facilitadores, por un lado, y obstáculos, por el otro. En muchos casos, estos obstáculos son compartidos con la población nacional, tales como la informalidad, la precariedad o el subempleo. Claro que al agregar la variable “extranjero”, se adicionan dificultades particulares, como la exigencia de documentos y/o la falta de redes de apoyo.
Pensar sobre los procesos de inclusión es una necesidad para el país y, en especial, para la ciudad de Lima. No se trata simplemente de quedarnos de brazos cruzados esperando que naturalmente la inclusión se dé. Hay que tomar acciones, y muchas. Primero, dejemos de pensar a la población venezolana como visitantes en el país. Ya han transcurrido dos años desde que empezó la migración internacional más importante que ha conocido el Perú y se sigue queriendo ver esta migración como temporal. Segundo, repensemos la inclusión en el contexto de la ciudad de Lima como una ciudad diversa y compuesta en gran parte por migrantes. El momento ha llegado para que la interculturalidad sea aplicada en acciones concretas desde lo cultural, pero también lo laboral y social, pensando en todo tipo de diversidad incluyendo a las personas extranjeras.
Tercero, es nuestra oportunidad para mirar los problemas estructurales de la ciudad (y del país) con otros ojos. ¿Quiénes no están de acuerdo con la necesidad de mejorar el transporte público y reducir el mercado laboral informal? Estas oportunidades de mejora se han puesto a la luz gracias a los y las migrantes que cuestionan prácticas que se encuentran inmersas en nuestra cotidianidad. Al fin y al cabo, la ciudad es de todos y todas quienes la habitan, no solamente de quienes nacieron aquí. Nos encontramos –sin perjuicio de excedernos en el optimismo- ante una gran oportunidad de mejorar la ciudad que compartimos todos y todas, nacionales o extranjeros.
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