El Jirón de la Unión es, junto con el Jirón Trujillo en el Rímac, el eje más importante del Centro Histórico de Lima. Media entre ellos el Puente de Piedra, que es una suerte de bisagra o gozne que articula y define dos topónimos: arriba y abajo el puente. No creo que estuviera en los planes iniciales de Pizarro al momento de fundar la ciudad, pero, siguiendo un modelo pragmático de ocupación del suelo, se encargó de repartir solares dentro de las manzanas recién trazadas como quien emplaza un campamento militar. También reservó una manzana vacía como plaza mayor, para ubicar en torno a ella la catedral, el cabildo y la casa de gobierno. No fue, por lo tanto, un urbanismo de ejes o de cardum y decumanum como la ciudad romana, modelo desconocido entonces hasta por el más encumbrado humanista renacentista.
Su carácter de vía principal vendría asociado después, durante la Colonia, cuando hacia esta vía convergieron los caminos que atravesaban la ciudad y se fue configurando el primer eje comercial urbano. De allí que los nombres de las calles tuvieran el de algunos servicios públicos, como el Portal de Escribanos, o absolutamente comerciales, como Mercaderes y Espaderos. El Jirón de la Unión, como tal, nació en la República, cuando, al promediar el siglo XIX, Manuel Atanasio Fuentes propusiera, y se aceptara, utilizar el término jirones para denominar las vías de la ciudad. Fue entonces que las antiguas calles –cuadras según nuestra denominación actual– con sus pintorescos nombres pasaron a ser parte de los jirones, aunque la gente, hasta bien entrado el siglo XX, seguía todavía llamándolos por sus nombres tradicionales. Para denominar los flamantes jirones se utilizaron los nombres de varias provincias peruanas. La única excepción fue el Jirón de la Unión, que no solo tuvo un nombre distinto, sino que además sirvió como límite para cambiar denominaciones de las calles. Atravesar el Jirón de la Unión convirtió un jirón en otro: Huallaga en Callao, Ucayali en Ica, Cusco en Arequipa, etcétera.
Es así que nuestro jirón llegó, como la República, “firme y feliz por la unión” al siglo XX, y es cuando dicen que dijo –desde una de las mesas de la más famosa de las confiterías de la Belle Époque limeña, con su bohemia intelectual y su orquesta de señoritas– el célebre poeta Abraham Valdelomar: “El Perú es Lima, Lima es el Jirón de la Unión, el Jirón de la Unión es el Palais Concert, el Palais Concert soy yo”. Y Lima fue el Jirón de la Unión y los limeños y las limeñas jironeaban, unos con sarita y otros con sombrero, y la ciudad se fue haciendo más urbana y después se quitaron los sombreros y la ciudad fue más popular. Fue entonces que apareció, por la recordada Botica Francesa, Victoria Angulo con su andar airoso y sus jazmines en el pelo y encontró a Chabuca Granda. Sobre el viejo Jirón brotó la Flor de la Canela y Lima tuvo el himno que le faltaba.
Luego vino la ciudad del desborde popular –Matos Mar dixit– y nuevos limeños ocuparon sus veredas y calzadas con la venta ambulatoria, y todo se desbordó. Entonces el alcalde Eduardo Orrego decidió peatonalizar el Jirón y lo cubrió de baldosas y otra vez jironeamos, pero el esfuerzo fue insuficiente y la decadencia del Centro Histórico continuó, y Daniel “Kiri” Escobar cantó: “Jirón de la Unión… feria de ambulantes, mil ofertas de ocasión”. Hasta que un día se fueron y solo quedaron las baldosas desvencijadas, a la espera de una nueva y necesaria intervención, ahora que otra peatonal, el eje Ucayali-Ica, con un mejor diseño de pavimentos y con edificaciones más cuidadas, comienza a competir con él, mientras la Municipalidad de Lima anuncia la peatonalización de varios otros ejes, dentro de lo que hoy se llama Centro Histórico de Lima.
Mucha agua ha corrido por el Rímac desde que Valdelomar –que firmaba sus crónicas con el seudónimo Conde de Lemos– lanzara su célebre frase, y si bien algunas cosas han cambiado, Lima es tal vez más el Perú que antes, pero Lima no es el Jirón de la Unión y el Palais Concert es ahora una tienda por departamentos. Pero el Jirón de la Unión es el corazón del Centro Histórico y una parte del Centro Histórico es Patrimonio de la Humanidad, y lo que es de todos también es de uno.
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