Leo con fruición el reciente libro de Juan Carlos Doblado. La lectura tiene un inevitable sabor ochentero y de conversación en el Piccolo Caffé de la avenida Diez Canseco, donde solíamos recalar a mediados de esa “década perdida” a enfrascarnos en interminables charlas de arquitectura. Pienso que es una virtud que un texto sea fácil de leer; la forma coloquial es un acierto que muchos lectores –especialmente los arquitectos– agradecerán.
El libro La arquitectura del posmodernismo en Lima está basado en la tesis de maestría del autor, que adopta para el caso la forma del ensayo, retratando un capítulo poco recordado en la arquitectura limeña reciente. Los arquitectos que trabajaron entonces bajo esta corriente son clasificados en dos categorías: conversos y creyentes. Nuestra hipótesis, dirá Doblado en el prólogo del libro, “es que la teoría posmodernista generó una crisis de identidad generacional al entrar en conflicto con la ideología modernista”. De esta manera desdobla la producción de estos años entre aquellos que habiéndose formado sobre la base del Movimiento Moderno –conversos– profesaron la posmodernidad como un historicismo; mientras que los otros –creyentes–, habiéndose formado dentro de la teoría posmoderna, apostaron por el contextualismo y la metáfora.
La lectura que propone Doblado pasa fundamentalmente por presentar un escenario de confrontación generacional. A pesar de que ofrece como variables también el estilo, así como la relación alteridad e identidad, será la tercera variable la dominante, la que llama estructura generacional. Con categorías más propias para la religión que para la arquitectura, clasifica a los actores –es decir, a los arquitectos– siguiendo una propuesta del crítico Kenneth Frampton, que llamará “conversos” a todos los arquitectos que habiendo sido parte importante del modernismo, como es el caso de Philip Johnson, mutaron o se convirtieron a la posmodernidad. La otra categoría –los creyentes– sí es una creación propia, categoría donde además él mismo se inscribe.
Aunque la categoría dominante es la generacional, no me queda claro que García Bryce, Montagne, Borasino, Ferreyra, Gutiérrez, La Rosa, Ledgard y Fernández Dávila pertenezcan a una generación. Lo que tienen en común es pertenecer a una misma escuela en este caso, tal como Lara, Domenack, Barnechea, Van Walleghem y Morzán pertenecen a otra. En cada una de ellas, según la hipótesis de Doblado, recibieron una formación funcionalista, moderna, la cual abandonaron para abrazar la causa de la posmodernidad. Baracco, que aparece inscrito en esta generación, será la bisagra, un converso escindido que será, siguiendo la terminología religiosa, un profeta fuera de su tierra y que formará una legión de creyentes.
Aquí es donde aparecen los “creyentes”, facción en la que, como he señalado antes, milita el autor. La mayor parte de las obras presentadas son elaboraciones realizadas por Arquidea (Artadi/Orrego/Doblado), a las que se suma solo Jorge Balerdi con sus icónicos primeros Bembos. Todos ellos son apóstoles de una posmodernidad más referenciada a las bases teóricas de Aldo Rossi o Robert Venturi, según sea el caso. Hay también una importante mención de la obra de Javier Artadi, Etiquetas Peruanas, que Doblado señala como tributaria de Michael Graves, aunque a mi juicio está más cerca de Richard Meier, dos importantes figuras –influencers, diríamos hoy– de aquel momento.
En la lectura que propone Doblado no hay por cierto ninguna intención maniquea. No hay héroes ni villanos en el relato que construye, pero sí hay diferencias y distinciones que son también una característica de la pluralidad posmoderna. Destaco entre las obras presentadas algunas que considero importantes. De los “conversos”, tanto la intervención de Alfredo Montagne en el Banco Mercantil como el Agrupamiento Chabuca Granda son dos ejemplos notables de cómo intervenir con una obra nueva en un centro histórico. Lo mismo que el Conjunto Habitacional Limatambo, de Borasino, Ferreyra, Gutiérrez, La Rosa y Ledgard, es una notable contribución de una forma de hacer ciudad y construir espacio público que es digna de ser replicada. Respecto de esta última, pienso que en su momento debió habérsele otorgado el merecido Hexágono de Oro en la VI Bienal de Arquitectura Peruana, un capítulo que parece ser parte de la historia universal de la infamia, que el tiempo se ha encargado de resarcir.
Con relación a las obras de los “creyentes”, indudablemente las dos creaciones de Arquidea, el Parque de Miraflores y la Biblioteca del mismo distrito, son representativas e importantes del período. De la misma manera, creo que la muy buena propuesta con la que ganaron el concurso Lima Puede Cambiar (cómo se extrañan los concursos públicos con premio) sigue manteniendo vigencia y varias de las ideas planteadas podrían ser retomadas por un plan para el Centro Histórico de Lima de verdadera recuperación, y no el plan cosmético que se aprobó recientemente.
En cuanto a las ausencias notables, se han dejado de lado dos opciones posmodernas importantes ubicadas dentro del regionalismo y el contextualismo. Se extraña que no se mencione la obra de Emilio Soyer y que la visión sobre Baracco sea muy superficial. El edificio Ajax-Hispania y la Casa Ghezzi son dos notables ejemplos de modernidad apropiada que deberían haber estado en la selección y también en el análisis.
Termino con el libro y le agradezco a Doblado este déjà vu ochentero. Cuando pase todo esto, nos tomaremos un café para conversarlo.
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