El cielo limeño nunca ha estado tan azul, tan limpio el aire que respiramos. La cuarentena ha tirado por los suelos la famosa sentencia de Sebastián Salazar Bondy sobre el cielo de Lima (la horrible): color panza de burro, gris, opaco, triste. Por primera vez, desde que tengo memoria, el cielo limeño se parece al maravilloso cielo de Cusco o Arequipa, de un azul intenso que contrasta radicalmente con las nubes blancas. Desde mi casa en Chorrillos puedo ver la cordillera de los andes, a los grandes apus que protegen la ciudad, que se comunican espiritualmente con nuestro apu más cercano, el Morro Solar.
La pandemia del coronavirus nos pone cara a cara, sin escapatoria, frente al tema de la salud, frente a la vida y la muerte ¿Cuánto daño hace todos los días, todos los años, el aire envenenado de Lima, una de las ciudades más contaminadas de la región? ¿Cuántas enfermedades respiratorias, pulmonares, alérgicas, degenerativas, cáncer, genera? ¿Cuánta gente muere por esas enfermedades? ¿Cuántos años de vida le quitamos a los limeños, sobre todo a los más expuestos? ¿Cuánto cuesta a los privados y al Estado curar a todos esos enfermos y la ausencia de los muertos?
¿Vamos a regresar a esa misma situación de antes del coronavirus? ¿Al caos en el transporte de las grandes ciudades del Perú, célebre en todo el mundo? Ciertamente que no. Aprovechemos la cuarentena para proponer y diseñar una reforma radical del transporte urbano. Debemos priorizar el transporte público (una parte en manos del Estado y otra parte en manos privadas). Un transporte público nuevo, moderno, no contaminante, eléctrico, camino en el que ya están algunas ciudades del primer mundo. No permitamos que circule una sola combi, micro u ómnibus con más de cinco años de antigüedad; hay que convertirlos en chatarra, que es lo que son, y darles a los propietarios un significativo bono para que adquieran unidades no contaminantes, o se reconviertan a otra actividad. Sigamos, por algún tiempo, con el reemplazo del gas natural por el Diesel que es menos contaminante, pero con la idea de lograr un transporte público 100 % eléctrico en 8 a 10 años.
Comencemos por hacer un pedido de 30,000 unidades de grandes ómnibus eléctricos a China. Ellos ya los están fabricando y vendiendo a ciudades con recursos. Esto significa una inversión aproximada de 6,000 millones de dólares. Se dirá: ¿de dónde sacamos tanta plata? Pues no se necesita pagar al contado, ni en efectivo. Si el presidente Vizcarra llama a su colega Xi Jinping, haciéndole un pedido de esta naturaleza, se va caer de espaldas, va a adorar al presidente peruano (en estos momentos la industria china está paralizada y nadie les compra nada), le va a dar todas las facilidades financieras posibles: 12 años de plazo, dos años de gracia, si te faltan las divisas, me pagas con el cobre, zinc y los otros minerales que ya nos vienes entregando para nuestra industria. Y, si además, le dice que los primeros 10,000 son fabricados en China, pero que los siguientes 20,000 son fabricados en el Perú, poniendo plantas en nuestro país, para llegar a un 80% de integración nacional; también va a atracar. De paso, con esa tecnología en casa, los privados se podrían animar a fabricar autos eléctricos para la región de América Latina.
Pero la ventaja no solo estaría en la descontaminación: el pedido de esas unidades implica un sistema de transporte 100% digitalizado, con centrales de despacho, seguimiento y control con inteligencia artificial, enviando unidades a donde más se les necesite, en las horas punta; que sepa a qué hora salen los habitantes de San Juan de Lurigancho para ir a trabajar, a qué distritos se dirigen, cuánto tiempo están en esos lugares. A qué horas entran los estudiantes de San Marcos a sus clases, de dónde vienen, desde qué paraderos se les puede recoger, y luego dejar. Habrá una aplicación personal para los usuarios, en la que ingresan solo su destino, y el celular les muestra la mejor ruta en transporte público, cuánto se va a demorar (un WAZE personal), y de paso les cobra automáticamente, sin necesidad de comprar o recargar ninguna tarjeta. Este es el Big Data en transporte, y alrededor de ello tendríamos que diseñar el transporte público de las grandes ciudades.
El transporte público eléctrico, digital, moderno, se complementa con el transporte en bicicletas y peatonal, como en las ciudades más avanzadas del mundo, Ámsterdam, Copenhague, Amberes, Viena, Burdeos, Barcelona. No tenemos que esperar 20 años para llegar a ese lugar, hagámoslo ahora. Esto no requiere mayor inversión, es sólo decisión política. La mitad de las pistas en Lima, y las grandes ciudades, son para bicicletas; y si los autos se congestionan: piña. Aquí también el presidente Vizcarra puede hacer otra llamada, esta vez a su colega de la India, Ram Nath Kovind, ofreciendo facilidades para que fabricantes de bicicletas de su país pongan sus plantas aquí, en alianza con capitales peruanos.
¿Y qué hacemos con los automóviles de combustión interna? Pues a la chatarra, igual con su bono, para que no duela tanto. En realidad, los autos de combustión interna ya son reliquias del pasado. En 30 años van a estar solo en los museos (si es que Trump no continúa gobernando el mundo). Adelantémonos. Los que quieren conservar sus autos, para pasear por el país y AL, pues se les cobra un impuesto bien alto, y cada vez que van al centro de la ciudad, tienen que pagar 10 soles cada 30 minutos; todo cobrado por la Inteligencia Artificial de la que hablamos líneas arriba.
Los mayores interesados en esta radical reforma del transporte urbano deberían ser los del sector turismo, que es el más golpeado en esta crisis. ¿Creen que los turistas (sobre todo los mayores), que recién van a salir de este tremendo shock de salud, con miles de muertos, van a venir a una ciudad contaminada, con la posibilidad de adquirir nuevas y desconocidas enfermedades? Lima tiene el mejor aire de América Latina, viene del mar, desde la Polinesia; esta es la fuente principal de la salud, el aire que respiramos cada segundo. Y si además les ofrecemos una ciudad limpia, con un buen transporte, y la mejor y más sana comida del planeta, no hay forma que no vengan en masa.
Por eso, este tipo de proyectos ya no pueden estar a cargo de un solo sector como el de transporte, su diseño y ejecución tiene que ser necesariamente multisectorial, multidisciplinario: debe también involucrar a los sectores de salud, industria, comunicaciones digitales, turismo, trabajo, interior, municipios, entre otros. ¿Quién puede organizar este trabajo? El CEPLAN y el Acuerdo Nacional. Hay que empezar desde ahora para que cuando termine el coronavirus y todos salgamos a la calle, nos encontremos con una nueva ciudad.
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