En el corazón del modelo económico chileno está “el mecanismo del chorreo” (trickle down economics). La racionalidad que lo sustenta es que los principales creadores de riqueza son las grandes empresas privadas y sus propietarios, que actúan en un mercado libre tomando las mejores decisiones de acuerdo con sus intereses. Buscando maximizar las ganancias y rendimientos de sus propiedades e inversiones, los más ricos de la sociedad, asignan muy bien los capitales, producen bienes y servicios para todos, crean empleo, pagan mejores salarios, incentivan la demanda, hacen crecer el PBI y mueven la economía en su conjunto. Mientras más beneficios obtengan, mejor les va a los consumidores, a los trabajadores, al gobierno y a toda la sociedad.
Por ello, las más importantes medidas que toman los gobiernos que adoptan este mismo modelo, siguiendo el ejemplo de Reagan, Bush y Trump, son: (i) rebaja de impuestos, (ii) reducción de regulaciones, (iii) privatizaciones y (iv) facilitación de las grandes inversiones. Con ellas logran que los inversionistas y propietarios aumenten sus ingresos y ganancias, atrayendo a más capitales, creando o ampliando sus empresas, reinvirtiendo sus utilidades. Se configura así un clima de gran confianza, que multiplica las inversiones y el empleo. Se crea y acumula más riqueza en la parte superior de la pirámide, y esta riqueza se derrama (chorrea) hacia la parte inferior de la sociedad, alcanzado a los trabajadores y la clase media. Los de arriba están contentos, y los de abajo también. Todos ganan.
Los que analizaron a fondo este modelo, hace veinte años, fueron Joseph Stiglitz y Paul Krugman, premios nobel de economía, así como Noam Chomski el famoso lingüista, profesor del MIT, y uno de los intelectuales más influyentes de Estados Unidos. Llegaron a la conclusión que la promesa del chorreo nunca se cumplió; los beneficios no llegaron a la base de la pirámide, el pueblo no vio mejorar sus ingresos ni sus condiciones de vida. Las rebajas de impuestos y regulaciones beneficiaron a los más ricos, y nunca se trasladaron hacia los de más abajo, creándose así la gigantesca desigualdad en todos los países que aplicaron el modelo, y que hemos visto explotar en Chile.
Los beneficiarios del modelo neoliberal han logrado convencer a mucha gente sobre sus ventajas y bondades. Así tenemos a legiones de presidentes, ministros, congresistas, periodistas, profesores universitarios, repitiendo como loros: hay que atraer inversiones extranjeras, hay que crear confianza, solo las grandes inversiones salvaran al país, “un solo proyecto minero equivale a mil Misturas”. Todas las esperanzas se depositan en los grandes proyectos, las grandes empresas y los inversionistas extranjeros, de ellos depende el futuro del país; dejando de lado a los miles de empresarios de la mediana y pequeña empresa (PYME) que son los que crean el empleo, a los jóvenes emprendedores que crean empresas, a los investigadores y científicos que crean innovaciones, a las universidades que crean conocimiento, y al Estado que provee servicios públicos que igualan a las personas. Para ellos, todos los otros actores económicos y sociales no importan, no son relevantes; cuando en realidad estos actores crean tanto o más riqueza que los de arriba, y además la distribuyen mucho mejor.
Incluso se crea una suerte de adoración por los directores y gerentes de las grandes empresas; se les considera los más preparados, los más inteligentes, los únicos que pueden desarrollar el país. No solo deben ganar más, sino también deben dirigir los países; tienen la obligación de meterse a la política para resolver con facilidad todos los problemas acumulados. Pues en Chile llegó al gobierno uno de sus hombres de negocio más exitoso: Sebastián Piñera. No solo no ha resuelto ninguno de los problemas del país, sino que los ha agravado, generando la explosión social que tiene paralizado a Chile. No aprendió una lección básica; el país no es un negocio.
Por donde se le mire, el chorreo (trickle down) no ha funcionado. La columna vertebral del modelo se cae, el conjunto del modelo se cae.
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