Este artículo no busca evaluar u opinar políticamente sobre la coyuntura actual de nuestro país, ya que dichos temas no son materia de mi experiencia. Sin embargo, es importante, e incluso saludable, intentar entender razones psicológicas de ciertas decisiones que se vienen realizando en el país.
Tan solo poco tiempo ha pasado desde que el presidente de la República tomó la decisión de disolver el Congreso. Esta acción ha traído distintas opiniones y reacciones en nuestra comunidad. La lamentable batalla entre el poder Ejecutivo y Legislativo ha llegado a uno de sus momentos más críticos, la estrategia sutil fue olvidada y los puñetazos políticos fueron liberados sin mostrar ningún reparo de vergüenza social. Al final de la noche, quedó un congreso cerrado como consecuencia de dicha disputa.
¿Disolver el Congreso será una reacción impulsiva o es la solución que tanto necesita esta situación?
En la psicología, la razón y la emoción pueden llegar a ser dos polos opuestos que influyen de manera distinta a aquellas decisiones que debemos tomar. La emoción se vuelve tangible (tocable) cuando logra expresarse mediante los síntomas físicos. Uno se da cuenta que tiene miedo o cólera, porque lo siente en todo el cuerpo. Nuestras neuronas se comunican mediante sustancias (neuroquímicos) que no solo afectan a nuestra fisiología sino también a nuestros procesos de la mente (cognitivos).
Así como es difícil atender cuando la ansiedad aparece o analizar cuando la tristeza está presente; también se vuelve complicado prevenir las consecuencias de nuestros actos cuando la ira es intensa.
La razón busca solucionar el problema mientras que la emoción solo quiere calmarse.
Es entendible que un gran porcentaje de la población esté descontenta con todo lo que viene sucediendo políticamente en nuestro país. Es más, “descontenta” es una palabra que quizás no englobe todos los sentimientos que podríamos estar sintiendo. A la gran decepción se suma una cólera inmensurable, que termina de llegar a su clímax cuando la percepción de impotencia se convierte en frustración. Es un cóctel de emociones, suficiente pólvora para generar una explosión, “¡qué cierren el Congreso!” – se grita. El elector tiene todo el derecho de querer calmar su rabia mediante decisiones puramente emocionales (sin tener que recurrir a la violencia).
Sin embargo, dicho elector no es el encargado de tomar las decisiones políticas. En un estado de derecho, en un sistema saludable y alejado de la corrupción; el elector confía en que la justicia pueda darse automáticamente. Pero… ¿qué ocurre cuando esto no es así?
¡Qué cierren el Congreso! – se escucha en las calles. Una frase que para muchos suena armoniosa, para aquellos que están hartos de la injusticia y de la realidad política actual, cansados de sentir tanta impotencia y frustración. Es totalmente entendible.
Nuevamente, las decisiones vuelven a recaer en los representantes del pueblo (poder Ejecutivo, poder Legislativo y los demás poderes). Nos queda esperar que dichas decisiones vengan acompañadas de la razón, que representen nuestras emociones y descontento, pero sin abandonar el juicio racional. Mientras que nuestra “chamba” seguirá siendo demostrar el sentir del elector; necesitamos que el trabajo del representante político continúe siendo apoyado por la razón, pensando principalmente en los intereses de toda la comunidad. Una decisión ya fue tomada y el Congreso está disuelto. No me compete evaluar si fue una buena o mala decisión, el tiempo y la justicia lo dirán.
La mente y la emoción están presentes, esperamos que puedan coincidir. El país lo necesita.
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