En momentos donde la disonancia es más fuerte que la armonía, es necesario volver a conceptos claves como el cosmopolitismo que desarrolla Kwame Anthony Appiah. Este filósofo trae al presente los ideales filosóficos del cinismo para construir una ciudadanía global. Para ello toma tres ideas de Diógenes: 1) no necesitamos un gobierno mundial único, pero 2) debemos preocuparnos por la suerte de todos los seres humanos, tanto los de nuestra sociedad como los de las otras, y 3) tenemos mucho que ganar de las conversaciones que atraviesan las diferencias.
Es decir, el cosmopolitismo es universalista: todos los seres humanos somos importantes y tenemos la obligación compartida de cuidarnos mutuamente. Sin embargo, también acepta el amplio abanico de la legítima diversidad humana. Es decir, la tolerancia ante las elecciones de otras personas en cuanto a la forma de vida, y la humildad respecto del conocimiento propio. Por ello, la necesidad de entendernos mutuamente incluso si no estamos de acuerdo.
Ahora con la globalización, hay dos condiciones obvias sin las cuales no puede concretarse la ciudadanía: el saber sobre la vida de los otros ciudadanos, por una parte, y el poder influir en ellos, por otra. Pero es la misma globalización la que nos presenta pros y contras, es decir, así como podemos entrar en contacto y enviar algo que valga el esfuerzo a cualquier parte del mundo como pueden ser las vacunas, también podemos enviar, tanto por negligencia como por malicia, cosas que hacen daño: un virus, un contaminante ambiental, una mala idea. Por eso, juntos podemos hacer mucho por la humanidad, pero también juntos podemos hacer poco y nada y más bien dañarla.
Para Kwame Appiah, el cosmopolitismo es universalidad más diferencia. Entonces, ¿qué nos impide salir al mundo guiados por la verdad y también ayudar a otros que vivan de acuerdo a ella? Primero, debido a que el cosmopolitismo admite la falibilidad del conocimiento humano. Un falibilista sabe que no está exento de cometer errores en su apreciación de las cosas. Y segundo, cada individuo carga con la responsabilidad definitiva de su propia vida. Por esta razón, es importante que los seres humanos vivan según normas en las que creen, incluso si esas normas son erróneas.
Es importante considerar que los individuos vivan según sus ideales, y si estos dañan a otros entonces debemos tratar de impedirlos porque nos importa el bienestar de toda la vida humana. Pero si solo afecta su propio destino, entonces trataremos de convencerlos que están equivocados. Appiah indica que el cosmopolita insiste en que cada uno debe preguntarse siempre lo siguiente: ¿estoy haciendo lo que en justicia me corresponde para garantizar que todos tengan acceso a la existencia humana digna que es derecho de todos?
Los cosmopolitas también creen en la verdad universal, aunque tienen menos certeza de haberla encontrad, los guía la convicción realista de que la verdad es muy difícil de encontrar. Sin embargo, existe una verdad a la que deben atenerse todos los que pretendan ser cosmopolitas: “la verdad de que cada ser humano tiene obligaciones con respecto a todos los demás. Todos somos importantes: esa es la idea central que delimita con nitidez el alcance de nuestra tolerancia”. Por ello, nuestra realidad política y social no es exenta de estas premisas que afectan la matriz de lo que significaría una reconstrucción de ciudadanía en este territorio. Absolutamente todos estamos comprometidos con el desarrollo digno de nuestros compatriotas, es imposible ser ajeno a ello. En estas elecciones se están dejando de lado muchas consideraciones: muertes impunes, odio desencarnado, exclusión social, entre otras muchas. Todos los peruanos somos un solo cuerpo absolutamente diverso pero digno, no hay que olvidarlo.
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