Diversas candidaturas han sido declaradas improcedentes, entre ellas, postulaciones del APRA y Fuerza Popular. El jurado electoral tiene sus razones, pero nosotros podemos añadir otras. Algunos candidatos de partidos muy conocidos son ciudadanos con juicios, incluso imputados por delitos muy bajos. Hay un aspecto fundamental que hace inadmisible la posibilidad de poder votar entre algunos postulantes: nos referimos al elemento moral.
Cabría preguntarse, luego de las declaraciones de los magnates corporativos, ¿quién financia estas campañas hoy? Aún, cuando sea un Congreso breve: ¿quién financiará y por qué motivos las futuras campañas? El confeso lobby entre empresarios y parlamentarios se ha convertido, lejos de verse como un evidente delito, como la norma de los engranajes sociales de nuestra economía.
Habría que preguntarnos, en todo caso, si la transparencia sirve de algo, ya que según las hipótesis de la Fiscalía existirían relaciones entre “los cuellos blancos” y sectores públicos relacionados a los procesos y fiscalización electoral. Llama la atención ver cómo el dinero recibido por Keiko Fujimori (según los propios aportantes) para campañas pasadas exceden ampliamente lo declarado, que no haya sido bancarizado y que uno de los aportantes sea el dueño de una conocida empresa bancaria. Esto, bien nos hace sospechar acerca de sus razones. ¿Es acaso porque se ve superlativamente mal, de modo moral?
Hay razones sólidas por las cuales las sociedades, históricamente, condenan la mentira. El tipo de sociedad que se funda en lazos que no inspiran confianza ni integridad nos arrebatan el grado de civilización. Nos empujan al barbarismo. En ese sentido, es completamente impensable que la excongresista Rosa María Bartra, miembro de la Comisión Permanente, arguya no haber sido parte de Fuerza Popular, escudándose en ser solo una invitada, cuando todos la hemos visto cumplir la agenda de su bancada. Negarlo sería tapar el sol con una aguja. Además, no olvidemos que bastantes explicaciones nos debe por las irregularidades que habrían ocurrido en la comisión Lava Jato que presidió.
¿Hay quien nos salve? Nuestra cultura política ha arraigado en sus prácticas los vicios de la corrupción y el abuso de poder, tanto económico como social. La vida política, hoy, y desde hace mucho, se asocia a algo contrario al verdadero espíritu de la función pública. Si nuestra cultura política no revisa sus fundamentos y bases, luego estamos condenados a seguir siendo un país desordenado, fragmentado y, de cuyo caos, se alimentan intereses poco patriotas. En un sentido moral, depende de los electores tachar a aquellos individuos que carecen de lo que más nos hace falta: educación e integridad moral.
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