Hannah Arendt afirmaba que las artes perfomativas y la política tenían en común la necesidad de espacios públicos creados ad hoc, en donde los artistas y los políticos puedan mostrar su virtuosismo. Tanto el político como el artista necesitan de espacios en donde poder mostrar la ejecución de lo que han ensayado para beneficio o beneplácito de los otros.
En este sentido, quisiera referirme a la selección peruana de fútbol, precisamente, a su clasificación para disputar el repechaje. La forma en que se ha conseguido el acceso al repechaje ha desnudado las carencias de quienes nos tienen sumidos en esta coyuntura política, en la que los ciudadanos nos sentimos cada vez más desconcertados y la deriva.
Entre el alza de los precios y la tensión por los conflictos socio-ambientales; se hace cada vez más notoria la necesidad de tener un plan, objetivos trazados y ejecutantes competentes que puedan llevar las ideas al terreno de la acción.
Pero que el fútbol sirva como crítica es algo novedoso. Comúnmente, los mandatarios se benefician de los buenos resultados del fútbol, usándolos como tapadera o como embriagante de las multitudes. Recordemos el caso del mundial de Argentina 1978, durante la dictadura de Jorge Rafael Videla.
Se presume que en el partido que Argentina venció a Perú 6 - 0, algunos jugadores argentinos se encontraban dopados, lo cual los hacía más rápido y fuertes de lo habitual. Se especula, incluso, que algunos jugadores peruanos fueron sobornados, para que la selección argentina, dirigida en ese momento por César Luis Menotti, pudiese clasificar a la final del torneo.
Argentina campeonó y de esta forma el gobierno dictatorial distraía y apartaba la mirada de la población, que cada vez se enfocaba más en las denuncias por los civiles desaparecidos.
Las cosas resultan muy diferentes en esta última victoria del Perú frente a Paraguay. Este pequeño éxito, por estar ad portas de un nuevo mundial, nos hace reflexionar sobre qué es lo que permite la competencia, entendida como aptitud; y qué nos hace incompetentes y nos aleja de los tan ansiados logros u objetivos. Porque, aunque parezca una verdad de Perogrullo, primero hay que trazarlos.
No podemos vislumbrar hacia donde estamos apuntando como país porque al parecer no estamos apuntando hacia ningún lado. El tiempo pasa mientras esperamos que por arte de magia los problemas se solucionen solos.
Gracias a la selección peruana de fútbol, hemos podido ver la mano del estratega, la pronta capacidad de recuperación frente a la injusticia arbitral en Uruguay, la ejecución brillante de roles por parte de hombres claves, designados por el estratega para nuestra formación de juego: Cueva, Lapadula, Yotún, y otros, que por cuestiones de espacio y no de mérito dejo de nombrar.
La planeación, la designación de los ejecutantes adecuados, la confianza en el proceso y, finalmente, la consecución de los objetivos logrados. Objetivos modestos, pero los necesarios para aspirar a objetivos más grandes y, sobre todo, la capacidad de re-direccionar nuestro plan sin traicionarlo, cuando las contingencias y las injusticias nos salen al frente.
Todo eso ha tenido la selección durante todo este proceso eliminatorio. Todo eso nos está faltando en términos de gestión pública.
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