Este último miércoles, 28 de agosto, se cumplieron dieciséis años de la entrega del Informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), documento en el que se relatan los cruentos episodios de la violencia terrorista y la represión militar cometidos durante las décadas de 1980 y 1990. Tal como muchos recordarán, uno de los aspectos que más impactó en la opinión pública fue el alto número de víctimas del conflicto armado. Según el informe, fueron casi 70,000 personas las que murieron o desaparecieron como consecuencia de estos años de terror y oscuridad. Pero es probable que la cifra sea mucho mayor, ya que nuevas investigaciones han revelado evidencias que hubo mucho más crímenes.
Una de las maneras que sirven para conocer y reflexionar sobre lo que ocurrió es leer este informe, sobre todo el tomo VIII (“Los factores que hicieron posible la violencia”). Otra manera es recorriendo personalmente la “Ruta de la Memoria” de la ciudad de Ayacucho, un itinerario que inicia en el Museo de la Memoria y termina en la plaza mayor de la ciudad, donde se encuentra una placa conmemora la entrega del informe. La gran plancha de bronce reza así: "A los peruanos y peruanas víctimas del periodo de violencia más largo y doloroso que sufrió nuestro país. Que el proceso que hemos iniciado nos acerque hacia la justicia y la paz duradera".
En un comienzo, la placa conmemorativa fue colocada en el mismo piso de la plaza, pero el tiempo demostró que nadie reparaba en ella. En vez de haber sido puesta para recordar, parecía haber sido puesta para olvidar. Así, no fue fácil convencer a las autoridades de Huamanga para colocarla encima de una plataforma y así hacerla más visible a los transeúntes. Hoy la placa se ha ganado su lugar y es uno de los puntos principales del perímetro. El transeúnte que pase por allí no solo se acercará a apreciar la estatua del Gran Mariscal José de Sucre y a rememorar batallas bicentenarias sino a recordar los hechos que afectaron a tantos en nuestra historia reciente. Hay que destacar que las palabras que se leen en el bronce se refieren al “proceso que hemos iniciado…”. Esto es, al juicio justo, pero también a un ciclo de cambio y de anhelo por el bienestar que nos va a acercar a “la justicia y la paz duradera”.
Palabras como estas no hay que dejarlas solo para la historia y las ceremonias oficiales. Si es así, corremos el riesgo de convertirlas en una conmemoración hueca y muda. Recordar los hechos y meditar sobre ellos es una manera de mantener viva la memoria y mantener viva la ciudad.
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