Si comparamos el número de ceremonias y eventos que se realizarán este año para celebrar el bicentenario de la Independencia del Perú, el aniversario de Lima pareciera quedar en un desapercibido y silencioso segundo plano. Esta sensación aumenta si a ello se suman las últimas restricciones para prevenir la propagación del coronavirus, que nos recomiendan quedarnos en casa y no salir a la calle. No nos queda, pues, sino buscar lo que hay en los libros, en internet o en la conversación familiar. El cumpleaños de Lima tendrá que celebrarse a puerta cerrada.
Y es en esta búsqueda de lo que hay en casa y de lo que no hay en la calle que es buena ocasión para recordar el libro Una Lima que se va (1921), de José Gálvez. Es seguro que muchos lectores ya hayan escuchado sobre él, pues es el clásico de los clásicos limeños. Allí Gálvez recoge las estampas de una capital que se despedía lentamente del siglo XIX y que poco a poco se adaptaba a las novedades y exigencias que imponía la vida moderna. Tal como ya lo indica su título, el libro echa una mirada melancólica sobre las costumbres y los personajes de antaño: las tertulias, las campanas, las beatas, los aficionados a la tauromaquia (los verdaderos aficionados), los faites, son parte del fantasmal folclor limeño que se pierde. Pero Gálvez no deja de tener una mirada positiva sobre los beneficios que traerán los nuevos cambios: “no debemos negar que hemos ganado y que parece que nos hemos incorporado ya sin vacilaciones al movimiento de la vida universal”. La política, la policía, la medicina, la educación, la religión, el amor. Todo cambió para bien.
Sin embargo, lo que hoy nos debe llamar la atención de Una Lima que se va no son solo sus anécdotas y reflexiones sino la fecha de su publicación. El libro de Gálvez apareció en 1921, el mismo año en el que se celebraba el centenario de la Independencia de nuestro país. ¿Por qué escoger para Lima un año en que supuestamente debía dedicarse al Perú? Es cierto que esta pregunta no es justa, pues el escritor pudo haber escogido el año que mejor hubiera querido. Pero la cuestión cambia cuando después de cien años volvemos la mirada y, ya en perspectiva, tomamos en cuenta esta interesante coincidencia.
Y es que si repasamos el contexto en el que apareció el libro, recordaremos que gran parte de la intelectualidad limeña de la época estaba más preparada para hablar de Lima que para hablar del Perú. Esto no es novedad, pues, como sabemos, Lima era mucho más pequeña y el Perú mucho más grande que ahora. No había, tampoco, muchas facilidades para conocer el país, experiencia reservada a los militares, los grandes empresarios y a los terratenientes. De ahí que para la mayoría de los historiadores, escritores y sociólogos de comienzos del siglo XX era más fácil publicar sobre lo que estaba a su alrededor. Para ellos, escribir sobre Lima era escribir sobre el Perú.
Es así que, si bien este 2021 es el año del Perú, no deja de ser tampoco el año de Lima. La ciudad de la que escribió Gálvez ya se fue para siempre, pero fechas como estas nos permiten descubrir que esas beatas y faites del pasado tienen un lugar en el largo río de la historia peruana.
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