El semanario Hildebrandt en sus 13 publicó una caricatura que evoca las campañas para combatir la violencia contra la mujer, pero protagonizada por Rosa Bartra como la victima maltratada y Daniel Salaverry como el maltratador. La caricatura despertó la indignación incluso de los enemigos políticos de Bartra. Marisa Glave a través de su cuenta de twitter, con muy buen tino, calificó la caricatura de agresión y no de humor. En el público más amplio las reacciones fueron diversas, la desaprobación de la imagen no tardó en hacerse escuchar, pero tuvo que convivir principalmente con dos posturas. Por un lado quienes calificaron la imagen de humor inofensivo, y a los indignados de hipersensibles. Por otro a los que aprobando la representación señalaban cosas como “merece eso y más” o “ella se lo ha ganado”. Es decir, por un lado la reducción de la caricatura a una broma; por otro la justificación de la violencia expresada en la caricatura.
Este acotado fenómeno mediático tiene mucho que enseñarnos y recordarnos. No se trata solo de reacciones a una imagen, sino que esas respuestas son reflejo de las reacciones que tenemos ante la violencia real.
Las reacciones que asocian la imagen al humor o la entienden como violencia justificada, responden a la lógica de dos de los mecanismos de desconexión moral que plantea Bandura (1999) para explicar cómo en determinadas situaciones es posible actuar o razonar de manera amoral, incluso en contra de nuestros propios estándares. En otras permiten que incluso alguien que desaprueba la violencia pueda estar de acuerdo con representaciones gráficas como esta, del mismo modo que alguien que normalmente desaprueba la violencia puede terminar encubriendo o tolerando actos de violencia contra la mujer.
Examinemos esas dos reacciones. La primera, la del “humor”, es una distorsión de las consecuencias (Bandura, 1999). Decir “es solo una broma” es como decir “no es para tanto”. La misma lógica que es común en las personas encarceladas para justificar su delito cuando dicen, por ejemplo, “fue solo un jalón” ante una sentencia por lesiones graves. Así, aunque no nieguen que la imagen sea violenta, niegan que su efecto pueda ser significativo. Pero lo que para algunos puede parecer “solo una broma”, para las personas que han sido víctimas de la violencia, puede ser experimentado como una revictimización (es decir una forma violenta de revivir lo que han sufrido). El mensaje de la caricatura, en ese sentido, es contundente y para nada gracioso. Parece decir “hacemos de tu dolor una broma”. La caricatura, entonces no es solo una ofensa contra Rosa Bartra, es una ofensa contra todas las mujeres víctimas de violencia y una ofensa contra todas las personas que se esfuerzan diariamente para reducir ese tipo de conducta apostando por una sociedad mejor.
En el segundo caso tenemos la atribución de la culpa a la víctima (Bandura 1999), cuando se piensa “se merece eso y más” o “ella se lo ha ganado” es el vivo reflejo del prejuicio contra las personas víctimas de abuso sexual, “estuvo provocando”… “como habrá estado vestida”. Frases que intentan responsabilizar a la víctima como si el maltratador no tuviera poder de decisión sobre su propia conducta.
En este segundo caso el efecto de la caricatura me parece aún más siniestro, al colocar como víctima a una persona cuya credibilidad ha ido en picada mes a mes y que produce la ira de muchos peruanos, dejando la bandeja servida para que cualquiera se deje llevar por la atribución de la culpa.
La creación de esa caricatura y las diversas reacciones no tienen nada de sorprendente. Muestran, nuevamente, que queda un largo camino por recorrer pues para combatir la violencia debemos eliminar el uso de los mecanismos de desconexión moral que esta imagen y sus reacciones revelan.
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