El sábado 19 de enero, no solo las calles de París, sino de varias ciudades de Francia, vieron circular a los “chalecos amarillos” (gilets jaunes), movimiento de protesta que apareció en Francia en octubre de 2018. Aunque los primeros reclamos fueron debido a los precios de los carburantes; hoy, los reclamos exigen diferentes reivindicaciones sociales. Hay que decir que cuando Francia protesta, lo hace con una pasión poco común en la vida de todos los días.
Se trataba de la décima jornada de protestas y se esperaba que hubiese una menor cantidad de manifestantes sobre todo debido a la carta que el presidente de la República, Emmanuel Macron, dirigió a todo el país el 13 de enero último. En esta carta Macron subrayaba que Francia es uno de los países más fraternos e igualitarios del planeta. Con todo, Macron ensayaba con esta carta poner paños fríos ante la crisis para relanzar el diálogo. Explicaba tener conciencia de la cólera de gran cantidad de ciudadanos: “porque los impuestos son para ellos demasiado elevados; los servicios públicos, demasiado alejados; los salarios, demasiado bajos para que algunos puedan vivir dignamente del fruto de su trabajo; porque [el] país no ofrece las mismas oportunidades de éxito según el lugar o la familia de dónde se provenga”.
Si bien la cantidad de manifestantes disminuyó en la mayor parte del país (aunque no en Toulouse, por ejemplo), la carta no ha tenido los resultados esperados. Como comentan con ironía algunos franceses que no se manifiestan en las calles, “habría que comenzar por leer la carta”.
Dicha carta termina con una invitación a acudir a los espacios previstos por el sistema democrático para hacerse escuchar, los municipios. Y en efecto, muchos de los que hace unos días estuvieron en la calle, decidieron este sábado asistir a las convocatorias de su municipio. Macron propuso que la discusión se centrara en cuatro grandes temas: (1) los impuestos, los gastos y la acción pública, donde se pregunta, qué impuestos se podrían reducir o qué servicios públicos no son indispensables; (2) la organización del Estado a propósito de la cual se pregunta, por ejemplo, cómo favorecer la descentralización; (3) el cuidado del medioambiente que se expresa como una prioridad de lucha contra el calentamiento global; (4) y algunos aspectos de la democracia que permitirán interrogarse sobre el valor del voto en blanco o la necesidad de incluir un voto obligatorio.
A este respecto, no olvidemos que el voto en Francia es opcional, pero los resultados de las primeras vueltas electorales han permitido en más de una oportunidad que la extrema derecha pase a la segunda vuelta. Con lo cual el voto en la segunda vuelta se transforma automáticamente en un voto contra más que un voto a favor. En el 2002 Jacques Chirac llegó de esta manera al poder, pero el escenario se repitió en el 2017 cuando la representante de la extrema derecha, Marine Le Pen, pasó a la segunda vuelta junto con Emmanuel Macron. Quizás por esta razón, algunos sienten que Macron no cuenta con un verdadero respaldo popular; otros sostienen que los extremistas de derecha y de izquierda son los que sacan ventaja de las manifestaciones actuales y hacen lo posible por animarlas preparando así un escenario adverso a Macron frente a las elecciones para el parlamento europeo en mayo del 2019. Lo cierto es que el presidente francés no está en una posición confortable y que deberá hacer un esfuerzo por estirar alianzas políticas y populares para salir más o menos airoso de la presente crisis.
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