Gran parte del siglo XX se ha ido desvaneciendo en la medida en que muchos de sus protagonistas más insignes, abandonan este mundo. De los pocos sobrevivientes en el terreno de la interpretación musical, nos quedan dos importantes intérpretes vivos nacidos en Latinoamérica: Marta Argerich (Buenos Aires, 1941) y, sin duda, Daniel Barenboim (Buenos Aires, 1942).
Desde muy pequeño, siguiendo la tradición de los músicos precoces, Barenboim se hizo un lugar en el exigente mundo de la interpretación pianística. Antes de los veinte años, el joven Daniel ya había sido dirigido por los mayores directores de orquesta de la época. Esa fama lo situó como uno de los intérpretes más respetados y famosos del mundo, pero alcanzó la celebridad mediática cuando en 1967 se casó con la virtuosa violonchelista inglesa Jacqueline du Pré. La unión Barenboim-Du Pré, se convirtió en una marca muy famosa.
Du Pré falleció en 1987, luego de una larga y penosa enfermedad (esclerosis múltiple). Sin embargo, Barenboim ya había consolidado su reputación como director y, sobre todo, como intérprete consumado del piano. Son célebres las grabaciones de las 32 sonatas para piano de Beethoven y de los dos conciertos para piano de Brahms. En el caso de estos álbumes, la crítica especializada consideró que se había alcanzado aquello que los artistas buscan con denuedo: la “perfección”.
Pero hay otra faceta importante de Barenboim. Junto al filósofo, orientalista y melómano de origen palestino Edward Said (1935-2003), creó la Fundación Barenboim- Said (cuya sede está en la emblemática ciudad de Sevilla), que fue la base del hermoso proyecto que une la ética y la estética: West-Eastern Divan Orchestra (La orquesta del Diván de Este y Oeste), un conjunto orquestal conformado por músico judíos y árabes. El fundamento de la West-Eastern Divan Orchestra es evidente: la música y el arte son capaces de unir de forma armoniosa aquello que la política, los intereses económicos y las diferencias religiosas, separan. Constituía un proyecto humanista en toda su magnitud.
Por ello Barenboim ha alentado la idea que Israel reconozca al estado palestino. Lamentablemente, desde que Benjamín Netanyahu volvió al poder, la posición más recalcitrante es la que ha ganado terreno y ha crispado los ánimos de los árabes de Palestina. Una vez que Benjamín Netanyahu planteó la construcción de un muro en la Franja de Gaza (a imitación de Trump), Barenboim escribió en la página de opinión de El País: “No creo que el pueblo judío haya vivido 20 siglos, la mayor parte de ellos sufriendo persecución y soportando crueldades sin fin, para ahora convertirse en el opresor que somete a los demás a sus crueldades. Precisamente esto es lo que hace la nueva ley. Por eso, hoy me avergüenzo de ser israelí” (24-07-2018)
Pero junto a esta convicción ética política, nos hallamos con el fino pensador de la música. Producto de sus reflexiones, publicó en 2007 un hermoso libro: El sonido es vida. El poder de la música. Ahí el maestro concibe a la música como un espejo de la vida, un arte del tiempo que revela la condición humana. La música proviene de la nada y se diluye en la nada, piensa. Y nos permite comprender la existencia como una temporalidad en movimiento. Este libro es una verdadera inmersión en las profundidades del arte.
Hace unos pocos años tuvimos el privilegio de asistir a dos conciertos dirigidos y ejecutados por el maestro Barenboim. Estar ante tamaño ser humano, sabiendo su trayectoria, fue sobrecogedor. Estoy seguro que lo que se ha dicho sobre él, es solo un malentendido que se resolverá en breve. Es imposible creer que el hombre que es capaz de lograr la mejor interpretación del segundo concierto para piano y orquesta de Brahms o la perfecta ejecución de la Hammerklavier de Beethoven no sea un hombre bueno. Lo recuerdo maestro, sonriendo abiertamente. Un artista pleno y realizado. Esperemos que pronto se esclarezcan los hechos para que no existan sombras respecto a la calidad de ser humano del maestro Barenboim.
Comparte esta noticia