Alrededor de 120 jóvenes se divertían en una discoteca el pasado 22 de agosto, y al intentar huir tras la intervención policial murieron 12 mujeres y un varón. Es una de las muchas fiestas y reuniones que se han realizado durante la pandemia en locales privados pese a las prohibiciones, pero no fue un accidente. Ya se iniciaron las investigaciones por parte del Ministerio Público, los responsables deberán ser penalizados como corresponda y las familias deberán encontrar justicia. Nadie les devolverá a sus hijas e hijo, no habrá palabras suficientes de consuelo, sus ausencias han dejado un vacío que nunca se llenará. Pero ¿Qué lleva a 120 jóvenes a acudir a una fiesta sabiendo que está prohibido y que se exponen al contagio? ¿Qué valoración tienen de la vida propia y ajena?
Entre las muchas expresiones de odio y desprecio que encontré en las redes, hay algunas que dan pistas para comprender el comportamiento de estos y muchos otros jóvenes en rebeldía: “¿Qué importa?” “¿Qué es lo peor que me puede pasar?” “Mejor tomar hasta morir”. Entonces comprendo que estas palabras están llenas de una profunda desesperanza y a la vez es un manifiesto de ruptura con la sociedad, que los lleva a actuar en la desobediencia y al margen de la norma. Hay muchas formas de vivir la juventud y lo que este sector representa es a una juventud sin oportunidades, a la cual le está fallando el sistema educativo, expuesta a la explotación laboral y a la violencia. Es probable que no sea una vida que se disfrute cotidianamente, es una vida en evasión y fuga, por eso no importará perderse en unas horas de baile, alcohol, drogas y placer. Después de todo, en la bruma, ya no hay que pensar en el futuro ni en los problemas diarios. Somos testigos que el sistema indolente grita “sálvese quien pueda”, pero la realidad nos dice que hay muchos que nacieron condenados y que los privilegiados tendrán más oportunidades de salvarse.
Preocupa las expresiones de burla y desprecio por estas trece vidas perdidas, preocupa el odio que supura en las redes, los señalamientos con dedo índice, la ausencia de empatía y compasión. Pareciera que la pandemia no sólo se está llevando a nuestros seres queridos, también se está llevando nuestra humanidad y la memoria de los jóvenes que somos o que fuimos ¿Será que un efecto de la pandemia es el encallecimiento crónico del corazón y la incapacidad de mirar en panorámica? Es tan preocupante el comportamiento disidente de los jóvenes que acuden a las fiestas como el de aquellos que decidieron convertirse en verdugos condenando a los muertos.
Felizmente, hay muchos jóvenes que aman la vida, la propia y la ajena, que guardan esperanzas, que no se conforman con este sistema deshumanizador sin alma, que prefieren luchar desde su indignación, que están llamando a sus pares a reflexionar sobre sus vidas, que están mirando detrás de los hechos para entender cómo llegamos hasta aquí.
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