Fue una tarea complicada encontrar menciones al Perú en la literatura italiana, hasta que un amigo mencionó a Emilio Salgari y “Jose il peruviano”. El 2011 se celebró - si cabe realmente la expresión para un suicidio – el centenario de la desaparición del creador de Sandokan, pero así como aparecieron celebraciones por sus obras, descubrí entonces pesares por sus apócrifos.
Jose il peruviano no figura entre las obras completas de Salgari. Intrigado por el hecho y luego de una pequeña investigación descubrí el porqué. Esta es una de tantas obras atribuidas a Salgari que no gozan de su paternidad y este peruano –sin duda falso e imaginarísimo, más cuando sabemos que en todo caso igual ni Salgari ni sus epígonos viajaron más allá de la península itálica – es justamente uno de esos “falsos” atribuidos al maestro de la aventura y publicado póstumamente por su hijo Nadir, probablemente el verdadero autor de la novela, quien siguió publicando aventuras y estirando al máximo una cada vez más esquiva fortuna.
Decepcionado por este falso peruano, ya había dejado el asunto olvidado por un tiempo y sin embargo es aquí que aparece un amigo italiano que me alcanza un texto de esos que entregan por un euro extra con el diario Corriere della Sera, y que combina cuentos o historias breves de consagrados con inéditos de autores que recién comienzan. Este libro es É proibito amare. (Prohibido es amar). El autor: Mario Desiati (joven escritor). ¡Y aparecen peruanos!
No es una gran novela, ni en sentido de volumen ni en sentido estético. Son apenas 100 páginas en las que el eje es una historia de amor “prohibida” entre un adolescente y su profesora, que termina en galera por abuso, perversión y por simplemente haber iniciado a este chico – y a un par de sus compañeros – en el arte de amar. La novela busca ser romántica y desgarradora y lo logra por instantes, aunque abusa del ideal romántico y de la historia paralela que incluye una relación entre Sócrates y Diotima, forzados símbolos del amor entre la treintañera y el quinceañero.
Hacia el final, cuando el muchacho ha dejado la escuela y comienza la universidad, agobiado por no poder estar junto a su profesora amada, viviendo en un edificio decadente en Milán, es que aparecen los peruanos, inmersos en ese mundo de pobreza material y espiritual del pobre estudiante de Letras y Filosofía que se ha dado cuenta que su amor (real, verdadero) es prohibido. He aquí la breve frase en idioma original, que creo se puede fácilmente descifrar:
“La sera mangio un trancio di pizza, poi corro nella mia stanzetta in una casa di studenti e lavoratori che odora di umido, all’ultimo piano d’un palazzo brulicante di famiglie peruviane; una volta li mi addormento vestito con un libro aperto sulla faccia.”
El pobre chico que come pizza, ocupa una pequeña habitación en un departamento de obreros y estudiantes que está en el último piso de un edificio atiborrado de familias peruanas. Es Milán. Es la decadencia total. Un mundo en el que un joven italiano baja cual Dante a su infierno personal desprovisto de amor y de medios. El infierno está lleno de miseria… y de familias peruanas.
Milán ciertamente tiene una de las colonias de migrantes peruanos más extendida del mundo. Más de 80 mil que quizás sean ya 100 mil compatriotas habitan esa ciudad italiana, centro industrial en el que quizás hoy sea más difícil sobrevivir dignamente que en el propio Perú. No son ya peruanos identificables y exóticos, ni habitan los más altos estratos de la sociedad. No son siquiera individuos. Son familias, son legión. La masa.
¿Es esa la imagen de los peruanos en Europa hoy? ¿Somos en todo caso diferenciables de otros grupos de obreros y migrantes, más ahora en que abundan migrantes venidos del norte de África sobre todo? Quizás tendríamos que haber pedido a Desiati que describa un poco sus costumbres, sus vestidos, su gusto por la comida peruana, que a veces se mezcla seguramente con la pizza y con la pasta, además del vino y la birra. Quizás podríamos exigir un poco más de precisión. Pero al mismo tiempo quizás no sea necesario. Desiati tampoco es Proust ni Stendhal. Y no es necesario recalcar que si el autor eligió peruanos es porque en Milán, ser peruano es ser un descastado, un “otro,” alguien que está de alguna manera marginalizado. Se nota así que los peruanos hemos pasado a ser algo diferente en Milán – y seguramente en Italia y en toda Europa. No creo que hayamos perdido nuestro característico exotismo, nuestra aparición es aun remota, pero en todo caso, seguramente no somos ya vagamente dos como en Loayza sino certeramente muchos – ¿demasiados? – peruanos en el exterior.
Un final que cambia todo para que todo siga igual
Giuseppe Tomasi di Lampedusa fue un noble italiano cuya novela Il Gatopardo fue publicada póstumamente, con lo que jamás gozó en vida de la fama que sin duda merecía. Lo mismo sucedió con sus cuentos, publicados años después por la editorial Feltrinelli y entre los que destaca por su elegancia un breve racconto llamado “Lighea, La sirena” o “El profesor y la sirena”.
En aquel relato el joven Paolo di Corbera, noble periodista, encuentra de manera casual a un eminente académico siciliano que responde al nombre de Rosario La Ciura, experto en los orígenes de la cultura grecorromana.
El joven empieza a frecuentar al erudito y anciano sabio y este le confía una historia valiosísima para él. Lo recibe entonces en su habitación dentro de un caserón antiguo y algo descuidado, sentado “envuelto en un amplísimo batín de pelo de camello, fino y suave como no había visto nunca. Supe luego que no se trataba de pelo de camello, sino de la preciosa lana de un animal peruano y que era regalo de la Academia de Lima.” Aquello sin duda comprueba el cosmopolitismo del amable viejecillo, cuya fama traspasa continentes y se conoce incluso en lugares llenos de cultura en el nuevo continente.
La historia en la que La Ciura se enamora de un mito es mágica pero irrelevante, no cambia para nada el hecho de que para un noble como Lampedusa aquella lana de auquénido peruano es sin duda señal de clase. LQQD.
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