Dicen que alguna vez le preguntaron a Pablo Picasso cuáles eran sus búsquedas artísticas, y el malagueño contestó con desenfado: yo no busco, yo encuentro. Algo así podría decirse sobre el trabajo que ha realizado la pareja de arquitectos neoyorquinos Liz Diller y Ricardo Scofidio, autores de la famosa Highline de Nueva York, un espacio encontrado sobre la estructura elevada de un antiguo tren y que hoy es uno de los espacios públicos referentes de la Gran Manzana.
La oficina estadounidense Diller Scofidio + Renfro, que integra esta pareja junto con su socio Charles Renfro, fue recientemente galardonada con el Premio Royal Academy Architecture 2019, una distinción que es entregada anualmente por este importante gremio de las artes en el Reino Unido, para celebrar a oficinas o personas que han sido “instrumentales en moldear la discusión, colección o producción de arquitectura en el más amplio sentido”.
¿Qué ha hecho de especial esta oficina para merecer este premio, aparte de un reconocimiento general de los que hacemos ejercicio de la arquitectura y el urbanismo? La respuesta sería tal vez, como diría Cortázar, “encontrar el otro lado de la costumbre”. Provocadores en sus propuestas, las que iniciaron unidas a las de otros artistas, las cuales, rompiendo límites de las especialidades y desafiando muchas veces las reglas del juego, se constituyeron en un auténtico disparador creativo. Este aspecto fue particularmente destacado por Alan Stanton, el arquitecto británico que presidió el jurado del Premio de la Real Academia cuando señala que Diller y Scofidio “aplicaron esto a la arquitectura. Dejaron a un lado muchas de las reglas normales y aceptadas del juego arquitectónico para reinventar los primeros principios de la arquitectura”. Además, señaló que “ahora que están construyendo aquí y en todo el mundo, podemos comenzar a ver cómo este trabajo inicial se ha manifestado en proyectos significativos y distinguidos”.
A pesar de que la trayectoria de DS+R –como se denomina a esta oficina a partir de sus siglas– tiene una serie de propuestas interesantes a nivel arquitectónico y urbanístico que sería largo comentar, considero que Highline, ese desafiante parque elevado en el Lower West Side de Nueva York, ha sido su obra más trascendente, debido a que se ha constituido en un referente para muchas obras similares alrededor del mundo; obras que han comenzado a encontrar espacios públicos en los lugares más insospechados y que hoy se convierten en plazas, parques y paseos, enriqueciendo el paisaje urbano y fomentando la interacción social y el disfrute de la ciudad.
Tal vez ese sea uno de los roles que tenga que cumplir el arquitecto en nuestras ciudades, el de agudizar su percepción para encontrar posibilidades de espacio público, allí donde solo existan espacios remanentes o infraestructuras obsoletas. Pero también, como se viene haciendo con éxito en nuestra urbe, reemplazando espacios de estacionamiento por amplias veredas peatonales que favorecen el paseo y la recreación pasiva dentro de una Lima que cada día tiende a ser más densa. Esperemos que esto lo entiendan nuestros alcaldes, pues dotar a la ciudad de espacios públicos de calidad es una política que beneficia a más ciudadanos y mejora la calidad de vida de su comunidad.
Comparte esta noticia