¿Qué tienen en común el Ministerio de Educación del Perú y Greta Thunberg, la joven sueca que denuncia la hipocresía ambiental de políticos y empresas? La adolescencia. Solo que las opciones que uno y otra ofrecen a la gente joven no podrían ser más contradictorias.
Hace unos días, participé en una amable reunión con personal directivo del Ministerio, sobre juventud rural. Acudo siempre a estas invitaciones, con cariño hacia el profesorado y el sector Educación. Mi madre -artista, profesora de arte y mujer libertaria- trabajó en la vieja sede del Parque Universitario, durante uno de los tantos instantes frustrados y fugaces, endémicos del sector, cuando se sueña muy alto y el Ministerio bulle con gente creativa y respondona.
Esta vez, nos pidieron ideas para propiciar, desde la escuela, que mujeres y hombres jóvenes no abandonen el campo y que se inserten mejor en el mercado laboral. Y ahí empezó el problema, porque los dos objetivos se anulan mutuamente. Como sabe cualquiera, la mayor oferta laboral y los mejores salarios se encuentran en las urbes, en profesiones y oficios lejanos del mundo rural. En contraste, la agricultura y la explotación de recursos naturales renovables, principales ocupaciones rurales, son labores duras e inciertas, que pagan pésimo y condenan a la pobreza; incluso cuando uno es dueño de la tierra. Los proletarios del campo, esos que vemos rociando pesticidas, sin protección y rodeados por sus niños, viven miserablemente, sometidos a espantosas condiciones sanitarias. Por ende, casi toda persona joven que haga el balance entre quedarse e irse, preferirá escapar del campo y buscársela en la ciudad. Elección, simplemente, racional.
Por supuesto, muchos jóvenes fracasan en sus intentos de “surgir” y “superarse”. En parte, ello se debe a elecciones voluntarias. Pero el gran destructor de sueños sigue siendo el contexto intoxicante que nos envuelve, y que va desde el físico medioambiente hasta el adoctrinamiento discriminador, mediocre, abusivo y deshonesto que ofrecen sin pausa la tele, la calle y la escuela. Cual pacoyunques contemporáneos, mujeres y varones del Perú nacemos y crecemos inmersos en la contaminación ambiental y mental, maltratados en cuerpo y alma, y aprendiendo a maltratar, dentro y fuera de la escuela.
Si el Estado y los grupos de poder se propusieran seriamente reducir la obscena exposición a metales pesados minero-petroleros y agro-venenos, que sufren las niñas y los niños rurales del Perú, harían mucho más por su éxito vital que con cualquier emplasto educativo. ¿Qué lectura va a comprender un cerebrito arrasado por el plomo? ¿Qué futuro tiene una joven saturada de pesticidas?
Si el Estado y los grupos de poder invirtieran en profesoras y profesores capaces de inculcar dignidad, autoestima y solidaridad con el ejemplo, se llenaría el Perú de gente alegre, lograda y creativa, por encima de cualquier prueba Pisa. Pero nadie busca eso. Una ciudadanía joven, sin toxinas, inteligente y segura de sí misma, capaz de valorarse sin aspirar a blanquearse con dinero, capaz de reencontrarse con el campo y reinventar su relación con la naturaleza, significaría la debacle para los hipócritas que comandan nuestro mundo. Viva Greta Thunberg.
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