Si duda vivimos una crisis sanitaria y la prevención es lo más importante para detener la propagación del coronavirus y evitar más casos de COVID-19. El gobierno ha dado medidas básicas, una de ellas dirigida a toda la comunidad: la del distanciamiento social. Más allá del encierro obligado en casa –para los que pueden-, interesa reflexionar sobre sus implicancias y, por qué no, sobre la gran experiencia de comunicación ciudadana en la que puede convertirse.
La pandemia generada por el coronavirus ha producido un clima de miedo y desconfianza entre la población. Miedo, al no saber a qué nos enfrentamos; miedo a una amenaza que crece rápidamente entre nosotros. Desconfianza, al reconocer que no sabemos vivir en comunidad, que no sabemos cuidar lo colectivo, el interés de unos, de los otros, de todos. Y es precisamente la propuesta de distanciamiento social la que permite contrastar ese miedo y desconfianza con la vida en comunidad. Quedarse en casa implica organizar nuestra propia vida, la de la familia –si uno vive con alguien- y también la de los vecinos, que se sabe que están allí, al otro lado de la casa, y que se quiera o no, se sienten, se escuchan, se ven.
La comunicación ciudadana busca fortalecer la participación, desde el nivel básico de informar a la ciudadanía, involucrarla, propiciar canales de comunicación entre los gobiernos y los ciudadanos, hasta convocarla para hacerla parte de las decisiones públicas; es decir, promover una participación activa y efectiva de la ciudadanía, informar y orientar a esta, coordinar acciones. Pero también implica una iniciativa social, la cual se pone de manifiesto cuando los propios actores sociales y/o colectivos irrumpen en la agenda pública en la defensa de sus derechos o buscando convocar nuevos sentidos, como por ejemplo el activismo feminista, ambientalista o LGTBI. Así, la ciudadanía se expresa en la presencia pública, pero también en la forma de conducirse en la vida privada, en la esfera doméstica, familiar o íntima.
Entonces, desde nuestro primer día de cuarentena y, sin distraerse de la labor diaria de “vivir en sociedad” –a través de las redes–, resultaría valioso tener presente algunas ideas que nos ayuden a reflexionar sobre nuestro quehacer “ciudadano”.
Primero, información. En épocas en que la “verdad” puede ser construida, hace falta verificar la información y no se requiere ser periodista para ello. En las redes sociales, circulan una serie de cadenas, videos y memes que reproducimos rápidamente sin cuestionar, ni sopesar la utilidad de la información a quien podría afectar. Necesitamos una actitud vigilante ante la información falsa.
Segundo, compartir información fiable, pero, sobre todo, buenas prácticas. La prevención implica medidas sanitarias básicas como lavarse las manos con frecuencia, pero también reconocer gestos y comportamientos de ciudadanos que en medio de la crisis y el miedo optan por priorizar a las personas, sean empresarios que deciden reconocer el derecho de sus trabajadores o sean personas comunes y corrientes, que buscan defender el interés de un colectivo. Cualquiera de estos gestos fortalece la cultura de la prevención y contribuye a hacernos mejores ciudadanos y ciudadanas.
Tercero, aprender nuevas cosas. Son días en que se puede someter a revisión nuestro rol dentro del hogar y nuestra interacción con nuestras familias por medio del aprendizaje de nuevas actividades o la adopción de tareas que normalmente no realizamos, como reparar algún artefacto u objeto en desuso, reciclar deshechos y hacer del espacio cotidiano un lugar para descubrir nuevos talentos. Es una buena ocasión para transformar nuestros papeles asignados por género o edad y para compartir actividades (lectura, música, conversación) con quienes nos rodean; varios archivos de música, cine y lectura en todo el mundo están ofreciendo descargas libres en estos días.
Ciertamente es una situación transitoria. Aún no sabemos si se trata de 15 días o de un tiempo mayor, pero esta temporada también puede ser vista como una oportunidad para trabajar una cultura de la prevención en la ciudadanía, y quizá ello nos conduzca a identificar nuevos espacios de encuentro, de identidad y así valorar a las otras personas, a los otros, a aquellos que vemos con cierta desconfianza, a aquellos que vemos como extraños, y con los cuales pensamos no tener nada en común. La desconfianza nos separa estos días, pero el miedo nos une. Busquemos oportunidades para convertir esa incertidumbre en un espacio de construcción de ciudadanía y, quien sabe de esperanza.
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