Frente a la pandemia que estamos viviendo y que ninguno de nosotros imaginó, se han suscitado una serie de situaciones que nos ponen en jaque y pueden hacernos caer en la desesperanza: enfermedad, muerte, problemas económicos, conflictos familiares no resueltos, entre otros, nos pueden empujar a sentir que estamos atrapados y que no saldremos de esta coyuntura.
Hagamos la lucha, y para eso necesitamos un arma poderosa: la esperanza.
La esperanza puede ser vista como una actitud, como un valor o virtud, como una emoción, como un sentimiento o como un estado de ánimo. En cualquiera de sus formas, se refiere a la confianza que podemos tener en que las cosas van a cambiar para bien, para mejor, en que hay siempre una nueva posibilidad en la vida. A través de la esperanza, creemos en aquello que deseamos o pretendemos que sea posible.
Esperanza viene también de esperar, está relacionada por tanto con la paciencia. Hace que no nos desesperemos, que transitemos los acontecimientos con más tranquilidad.
Uno de los investigadores que ha estudiado la esperanza y que escribió el libro “La psicología de la esperanza” es el estadounidense Charles Snyder. Él señala que la esperanza es poderosa, tanto a nivel corporal como mental. Se ha encontrado que personas llenas de esperanza activan mejor su sistema inmunológico, y previenen la aparición de dolencias. En el caso de las personas que ya tienen una enfermedad, pueden hacerle frente de mejor manera y son capaces incluso de afrontar mejor el dolor, poniendo de su parte en la recuperación.
En lo que respecta al área emocional, se ha encontrado que la esperanza influye favorablemente en la salud mental, aportando serenidad, estabilidad y un pensamiento positivo que hace que la persona emplee estrategias, se ponga metas, y luche por alcanzarlas al pensar que son posibles. La esperanza resulta ser adaptativa, nos permite transitar por situaciones difíciles y salir airosos de ellas. La esperanza nos sostiene cuando estamos en una situación adversa, en la que no nos está yendo bien y no sabemos cómo saldrán las cosas. Como dice Bárbara Fredrickson “La esperanza surge cuando la desesperanza o la desesperación se hacen probables”.
La depresión como trastorno del estado de ánimo, está asociada a la desesperanza. La persona deprimida siente que nada va a cambiar, que nada tiene sentido y experimenta fracaso frente a un futuro probable. En psicología se emplea el término “Desesperanza aprendida” para indicar que la persona siente que piense lo que piense o haga lo que haga, nada mejorará, que cualquier cosa que haga resultará inútil. Podemos ver así la importancia de la esperanza para no dejarse vencer.
La esperanza tiene también una dimensión espiritual en muchos casos, ya que no solo puede partir de la confianza en lo que uno mismo puede hacer, sino que se relaciona con la confianza en un ser superior. Va en ocasiones, más allá de un pensamiento positivo, sino más bien se enraíza en la absoluta convicción de que hay un Dios que tiene el poder para sostenernos y sacarnos de la situación abrumadora. También se habla de la esperanza (de acuerdo con las creencias religiosas de cada uno) de lo que nos espera después de la muerte. Vemos entonces que la esperanza tiene que ver también con la fe, la gratitud, y el amor. Una frase bastante conocida dice: “No hay imposibles cuando de verdad se ama”.
La esperanza no solo es una manera de ver las cosas, sino todo un estilo de vida, en el que la persona no sucumbe ante las dificultades. En tal sentido, la esperanza está unida a la resiliencia, a esa capacidad que tenemos los seres humanos de salir adelante a pesar de las dificultades.
Cultivemos entonces la esperanza, logremos incorporarla en nuestra vida. Aquí algunas sugerencias:
- ver lo positivo dentro de la adversidad que podemos estar pasando. Ello nos dará fuerzas para seguir adelante con fe.
- Visualicemos positivamente el futuro. Planteémonos metas realistas que podamos alcanzar, pero no desistamos en el camino cuando aparecen las dificultades. Aquí la perseverancia puede ser nuestra aliada.
- Reconozcamos que no podemos controlar todo. Que hay cosas cuyo resultado depende de nuestro esfuerzo y otras no. Hagamos lo mejor posible las cosas que están bajo nuestro control y lo demás dejémoslo en manos de la vida o de DIOS (si eres creyente). Aprender a soltar lo que no es, también nos ayudará.
- Reforcemos la confianza en nosotros mismos, entendamos que tenemos capacidades y habilidades que nos ayudan a salir adelante. Podemos llegar a hacer cosas maravillosas gracias a ellas.
- Ejercitemos la paciencia, aprendamos a esperar, a dar su tiempo a las cosas.
- Desarrollemos nuestra dimensión espiritual a través de la meditación, la reflexión, la oración y la puesta en practica de nuestras convicciones y creencias.
- Definir nuestro propósito en la vida es importante ya que eso marca nuestra manera de vivir. El definirlo es una raíz fuerte para afrontar las dificultades. Viktor Frankl señala que la desesperanza equivale al sufrimiento sin sentido. Y Nietzsche afirma que “el que tiene un por qué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo”.
- Busquemos ayuda cuando la necesitemos. Si nos sentimos desesperanzados, o muy desanimados, conversar con nuestros seres queridos o amistades al respecto nos permitirá tener el soporte que necesitamos. Si lo que se siente es muy intenso, es conveniente buscar ayuda profesional.
Deseándoles puedan vivir desde la esperanza en su día a día. Con cariño.
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