La COVID-19 nos ha golpeado muy duro. A la fecha de esta publicación, estamos acercándonos a las 28 000 víctimas mortales, y algunos, menos optimistas, pronostican que a este ritmo podríamos llegar a los 100 000 seres humanos fallecidos en el Perú a fin de año.
Por otro lado, si comparamos el registro del PBI peruano al cuarto trimestre del 2019, con respecto a lo registrado en el segundo trimestre del 2020, notaremos que hemos decrecido un tercio en nuestra capacidad productiva. El impacto negativo sobre la tasa de desempleo (cercana al 15 % de la PEA) y los indicadores de pobreza (incremento de diez puntos) son palpables.
Independientemente de la eficacia y eficiencia del aparato estatal peruano para atacar ambos frentes (salud y economía), lo cierto es que de acuerdo con las cifras del BCRP y la SBS y AFP, tenemos algunos datos importantes sobre la economía peruana (tabla n.° 1):
1.- Al segundo trimestre del 2020 hemos registrado un preocupante nivel de déficit fiscal, cercano al -7 % del PIB, cuando la “regla de oro” es no superar el -1 %.
2.- La oferta monetaria se ha expandido substancialmente en el segundo trimestre del 2020, seguramente por la necesidad de inyectar liquidez al sistema financiero y así evitar que la crisis en el sector real se complique con una crisis financiera. El BCRP sabrá aplicar las medidas de esterilización apropiadas de ser el caso.
3.- Nuestro comercio exterior ha tenido una caída substancial, observándose una mejora en la balanza comercial a partir del presente mes de junio.
4.- El sector público ha incrementado su propensión hacia el endeudamiento externo, y al segundo trimestre del 2020 ya registra un 92 % de lo observado durante todo el 2019. Notamos que existe una correlación positiva respecto a la tendencia del déficit fiscal (twin effect).
5.- Las reservas internacionales netas (RIN) mantienen un nivel muy adecuado para la situación de crisis actual.
6.- Se observa que las tasas de interés activas (tanto en MN como en ME) han decrecido ligeramente (endeudarse resulta ser “más barato”) y los niveles de morosidad en la banca múltiple no han sufrido un deterioro substancial, aunque la tendencia es ligeramente creciente. La intervención oportuna de la SBS y AFP ha sido determinante.
A pesar de los graves embates sufridos, las principales agencias de riesgos (Moody’s, S&P y Fitch) destacan la actual fortaleza de la economía peruana, mostrando hasta la fecha la mejor posición de riesgo país en América Latina. Existe un claro consenso sobre estas fortalezas: (a) la deuda pública moderada, (b) ahorros fiscales moderados, (c) sólido balance institucional del gobierno y (d) sólida credibilidad de la política fiscal.
También existe un entusiasta consenso respecto a que en el 2021 la economía peruana podrá registrar un crecimiento del 8 %. Pero primero tenemos que “vacunarnos” contra la ley de Murphy: “Si algo malo puede pasar, pasará”.
La semana pasada, el mercado de renta variable americana (RVA) literalmente borró las pérdidas observadas por la crisis sanitaria (destacando los índices S&P 500 y NASDAQ 100). China viene ajustándose a la “nueva normalidad”, y tenemos una firme esperanza en que la humanidad accederá a la vacuna contra la COVID-19 a partir del primer trimestre del 2021. El impulso de la economía por el lado del sector externo es moderadamente promisorio.
¿Qué desastre (no natural) puede suceder que nos impida retomar el crecimiento, bajar el desempleo y disminuir la pobreza en el menor plazo posible? Pues políticas populistas que acaben por destruir nuestro ya dañado equilibrio macroeconómico (déficit fiscal y niveles de deuda externa insostenibles, acompañados de un impensable proceso inflacionario) y que, como producto de las elecciones del 2021, accedan al poder facciones políticas que abiertamente destruyan la ya frágil institucionalidad democrática y que paralelamente profundicen el alejamiento de un manejo macroeconómico responsable. Caer en este escenario resultaría peor que los efectos de la COVID-19.
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