En su libro The Age of Diminished Expectations (1990), Paul Krugman apuntaba: “La productividad no lo es todo, pero a largo plazo lo es casi todo”. Fue un gran espaldarazo para que la eficacia y la eficiencia de las políticas públicas fueran juzgadas con base en un muy concreto resultado de impacto: lograr tasas sostenidas de crecimiento sostenido en el ingreso per cápita.
Por otro lado, en Institutions and Economic Performance (2008), Elhanan Helpman, como editor, resaltó una interesante ponencia titulada “Democracy, technology, and Growth” (capítulo 12), elaborada nada menos que por Philippe Aghion y Alberto Alesina, entre otros. La introducción es particularmente sugestiva: “Hay dos preguntas principales abiertas en el debate sobre la relación entre el desarrollo económico y las instituciones democráticas. Una es si los países se vuelven democráticos o no solo a través de altos niveles de ingreso per cápita, y la segunda es si (o cuándo) el régimen democrático mejora el desarrollo económico, capturado por el PIB per cápita”. Muy interesantes hipótesis acerca de relaciones causales respecto de los efectos diferenciales entre las instituciones políticas sobre los resultados económicos.
Tan relevante es el indicador sobre el ingreso per cápita, que cuando en el presente mes de junio del 2020 el Grupo del Banco Mundial publicó en Global Economic Prospects que el Perú sufrirá una caída del PIB del orden del 12 % (tabla 1), sonaron todas las alarmas en nuestro medio. Con una tasa de crecimiento poblacional cercana al 1,5 % anual, resultaría que la productividad laboral agregada del Perú en el 2020 habría tenido una tasa de crecimiento de -13,5 %.
Si nos comparamos con las tasas de crecimiento del PIB de los miembros de la Alianza del Pacífico, nos daremos cuenta de la magnitud de nuestra brecha: Colombia (-4,9 %), Chile (-4,3 %) y México (-7,5 %).
Más aún, si nos comparamos con los denominados mercados emergentes y economías en desarrollo (Emerging Markets and Developing Economies, EMDE), como se muestra en la tabla 2, el deterioro de nuestro ingreso per cápita es 5,5 % por debajo del promedio.
¿Y cómo se comparan América Latina y el Caribe (ALC) con respecto al resto del mundo? La tabla 3 nos muestra la respuesta.
ALC será la región que mostrará la más pronunciada disminución en la generación de riqueza en el mundo. Todo el bloque del ASEAN (Association of Southeast Asian Nations) más China crecerán a la tasa del 0,5 %. El Medio Oriente, Sud Asia y África decrecerán menos que nosotros.
¿Por qué la relación entre el avance de la COVID-19 y la reducción de la tasa del PIB ha sido tan elástica en ALC? Algo similar sucedió en la crisis de los 70 (petróleo y energía) y los 80 (deuda externa) del siglo pasado entre América Latina y el sudeste asiático. En ese entonces ALC mostraba el fracaso de la política de substitución de importaciones (“Inward-Oriented Model”), mientras que el sudeste asiático mostró ser un generador neto de divisas (“Outward-Oriented Model”). Han pasado cerca de cincuenta años desde entonces, cayó el Muro de Berlín a finales de los 80, predominó la orientación hacia las “sociedades abiertas” (como diría Karl Popper), se impusieron la economía de mercado y el sistema democrático liberal (salvo en la República Popular China, en su calidad de hegemon), nació en los 90 la Organización Mundial del Comercio, se firmaron múltiples tratados de libre comercio y acuerdos bilaterales de inversión. ¿Por qué, en términos relativos –y mutatis mutandis–, después de cincuenta años parece que las brechas económicas e institucionales entre ALC y el Este Asiático no se han acortado?
Habría que replicar el trabajo de Philippe Aghion y Alberto Alesina para ALC: los ajustes necesarios en las instituciones políticas que puedan mejorar los resultados económicos, tales como el ingreso per cápita y una mejor equidad en la generación de la riqueza.
Pero vayamos más lejos. La COVID-19 ha evidenciado que la burocracia internacional no ha estado a la altura de las circunstancias. No solo nos referimos a la falta de celeridad de la Organización Mundial de la Salud (OMS), sino también a la nula acción de otras agencias de las Naciones Unidas para advertir sobre la situación de deterioro de la mayoría de las economías del “sur”. El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional igualmente quedaron “atados” en Washington.
Este es el tiempo de repensar las relaciones internacionales en el marco de una remozada y necesaria agenda global de desarrollo, donde, paralelamente al incremento de la eficiencia económica, también se contemplen acciones concretas en las “reglas de juego” para promover una mayor equidad en la participación de la generación de la riqueza global. Reflexionemos por una nueva gobernanza global para beneficio de toda la humanidad.
Comparte esta noticia