El 6 de julio celebramos el día de la maestra y el maestro, en conmemoración a la primera escuela fundada en la República, pero no fue la primera en el territorio. En la colonia, la educación se usó como instrumento de desmantelamiento de la ciencia y la cultura del imperio incaico y asimilación de los jóvenes nobles al pensamiento y cultura occidental. De eso han pasado más de 500 años y no fue suficiente para erradicar las culturas y las lenguas de los pueblos, estas resisten en constante renovación. Paradójicamente, la educación de hoy para los niños, niñas y jóvenes indígenas pretende lo contrario a los colonizadores: recuperar los conocimientos, las lenguas y culturas como fuentes pedagógicas, gracias a la labor de maestras y maestros que tuvieron que desaprender de su formación inicial para aprender otras formas de educar.
Casi medio millón de maestros y maestras en cerca de 100 000 instituciones educativas tienen mucho para enorgullecerse, aunque la carrera no sea valorada como se debe y se invierta poco en la educación, hay una labor de todos los días para llevar a los estudiantes de la mano de un descubrimiento a otro, de un aprendizaje a otro, de un libro a otro, de una creación a otra, y esa labor de filigrana solo puede hacerse con amor. Cada maestra o maestro aspira ser memorable, como aquel o aquella que quedó en nuestro recuerdo, no por agredirnos e insultarnos (que aun sucede todos los días), sino por marcarnos con una lección inolvidable. Es con las y los estudiantes que todo tiene sentido para el docente, porque son los mejores aliados en la tarea educativa, como nos lo recordó la maestra colombiana Claudia Rodríguez en una clase.
Mucho ayudaría que la carrera de Educación sea mejor valorada en la sociedad, que solo accedan los primeros puestos y que los exámenes de ingreso exijan puntajes altos, a la par, que los sueldos sean atractivos y que las condiciones de trabajo sean adecuadas y ofrezcan actualización permanente. Ojalá nuestras autoridades no esperen evaluaciones altas de los docentes para que esto suceda, el giro debe darse ahora desde la formación de inicio y desde una intensa campaña social que reivindique a los docentes, a los buenos, a los que saben el nombre y la historia de cada uno de sus estudiantes, a los memorables, a los que se preparan en solitario para su clase, a los que tratan a sus estudiantes con cariño y respeto.
A las maestras y maestros del Perú, a los que salvaguardan la ilusión de educar, los que gozan de los aprendizajes de sus niños, niñas y jóvenes, los que se esfuerzan cada día por ser mejores, los que miran a sus niños con amor, los que se la ingenian en la carencia y enfrentan las más duras condiciones en las escuelas distantes, a los que estiran sus injustos salarios para criar a sus propios hijos y siguen sonriendo, ¡Feliz día maestras y maestros!
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