A estas alturas es probable que todas y todos conozcamos a alguien que tuvo o tiene COVID-19 y sepamos de alguna familia que llora la pérdida de un ser querido a causa del virus para quienes no habrá palabras suficientes que alivien el dolor, mientras los sobrevivientes quedaremos ensombrecidos para siempre. En la Amazonía ese dolor ha alcanzado a casi los 51 pueblos originarios que la habitan y protegen. Sabemos bien que el sistema de salud colapsó hace tiempo y que el bono universal se convirtió en rumor ¿Será porque vivimos en un país donde el cobre vale más que la vida? ¿Será que los derechos humanos son un sueño para los más olvidados por el Estado?
La partida de líderes, apus, maestros, artistas y sabios representan pérdidas irreparables, con ellos se va la historia, los conocimientos, artes y tecnologías propias de sus culturas que dan cuenta de cosmovisiones otras que hicieron posible la vida, la memoria y sobrevivencia de esos pueblos y territorios. Santiago Manuin (Awajún), Glover Mori y Rosa Flores (Shipibos), Humberto Chota (Ticuna), Mauricio Rubio (Murui), Amelia Huanaquiri (Omagua), Ilda Ahuanari (Kukama), José Tijé (Harakbut) y tantos otros, jamás serán olvidados y la Amazonía llora. Desde las culturas y epistemologías predominantes, es difícil comprender lo que representan estas pérdidas para la humanidad cuando las lenguas y los acervos culturales de los pueblos amazónicos están en riesgo de desaparecer. Perdidas las fuentes (sus bibliotecas con pies como dicen algunos) ¿cómo educarán a sus niñas y niños? ¿quiénes guardarán la memoria? ¿quiénes hablarán sus lenguas?
Pero no solo pierden sus pueblos, todos perdemos la oportunidad de ver el mundo de otras maneras y comprender la vida desde otras claves. Nada más urgente hoy en día cuando vivimos en carne propia lo que el sistema capitalista y neoliberal está haciendo con nuestras vidas. La pandemia nos lo enrostró y hoy muchos nos preguntamos ¿Es posible vivir la vida de otra manera? ¿es posible reconstruir una sociedad distinta?
Los pueblos amazónicos nos dan grandes lecciones, jamás se han quedado de brazos cruzados y por eso han sobrevivido por siglos enfrentando todo tipo de violencia, inclusive el abandono que también es violencia. Les tocará a sus jóvenes sobrevivientes reconstruir la memoria y asegurar que sus pueblos no mueran, mientras sus organizaciones responden con sus comandos protegiendo las fronteras, sus líderes gestionando y denunciando, y otros asegurando el abastecimiento de alimentos y medicinas. Los lectores pueden encontrar muchas formas de solidarizarse: participando en colectas, adquiriendo obras de arte, aceites y diversos productos naturales, e incluso asistiendo virtualmente a sus conciertos (pueden encontrar varias opciones en Somos Amazonía vía FB).
Estos son los pueblos a los que un expresidente llamó perros del hortelano, pueblos a los que debemos que la Amazonía siga en pie, aunque les cueste la vida. Esperemos que el nuevo Consejo de Ministros coloque la situación de los pueblos originarios en su agenda como prioridad nacional, caso contrario no habrá nada que conmemorar en el bicentenario.
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